Éstas se conservan bien en sitio, fresco y seco, metidas enteras entre arena fina y menuda, dentro de cajones de madera, dejando los cajones muy bien tapados.
También pueden conservarse por desecación; esto es mondándolas, partiéndolas en ruedas, que se medio cuecen en agua con sal y al sacarlas se escurren bien, colocándolas en zarzos al sol para secarlas, hasta que queden duras, o metiéndolas en el horno flojo, por tres o cuatro veces.
Cuando vayan a gastarse se ponen en remojo, con agua fría.