Para tres tazones colmados de harina, sin apretarla, un tazón de aceite. La harina debe ser basta o rubia.
En un poco de agua se cuece sal, anís, cáscara de naranja, clavo y canela en rama, todo en abundancia. Se pone la harina en un baño, y el aceite en la sartén, para freírlo, quitándole el gusto con una cáscara de naranja o un poco de pan, mojado en vinagre.
Cuando el aceite esté hirviendo, se escalda con él la harina, moviéndola con un cucharón para que se mezcle bien; se agrega el agua cocida, colándola para quitarle todos los ingredientes contenidos en ella, y se amasa bien, añadiéndole unas cucharadas de aguardiente, poco, porque se deshace la masa.
Si hiciese falta sal fina, anís o canela molida, se le pone, y un poco de clavillo en polvo, y se le añade algo de vino blanco, amasándolo todo muy bien, hasta que esté la pasta suave.
Entonces se tiene muy limpia una tapadera de cesta de mimbres, y se toman porciones de masa que se trabajan entre las manos, formando una especie de tortas aplastadas, que se colocan sobre la tapadera, apretándolas un poco para señalar bien los mimbres.
Una vez hechos, se fríen en abundante aceite, envolviéndolos en azúcar tamizada al sacarlos de la sartén, siendo más clásicos enmielados. Para esto se cuece miel con agua, más o menos espesa la mezcla, según se desee. Cuando el líquido esté cociendo, se van entrando en él los pestiños, uno por uno, se sacan en seguida, y se van colocando en la fuente donde vayan a servirse.