No conocemos otro nombre a este ave, que se cría en grandes bandadas por los campos extremeños. Son del tamaño de una gallina, aproximadamente, con la pechuga blanca y el plumaje pardo y salpicado de blanco también.
En los sembrados, donde acostumbran a dormir, son temibles por los destrozos que causan, sobre todo, cuando se trata de leguminosas tiernas, a cuyas plantas cortan los cogollos, destrozando de este modo las siembras.
Su carne es un poco oscura de color, pero sabrosa y agradable. Condimentadas como vamos a indicar, resultan muy bien.
Después de desplumada y limpia el ave, se hace pedazos, colocando éstos con sal en una cacerola. Aparte, en la sartén, se fríe aceite con ajos enteros, sin mondar, y con esto se escalda la carne, rociándola por encima.
Hecho esto, se acerca la cacerola al fuego, para darle al ave una vuelta, marcándola un poco. Una vez mareada, con hojas de laurel, cebolla picada y una guindilla seca, se le pone un polvo de pimiento molido, se le da otra vuelta y se le echa en seguida agua para que cueza hasta ablandarse.
Cuando esté tierna, se le guisa con un machacado hecho con su hígado, si gusta, o, si no, miga de pan y especias. Esto se hace machacando en el mortero pimienta negra, ajo y el hígado o miga de pan; se deshace todo con agua, se vierte sobre el ave, y se le deja cocer hasta que dé otro hervor, para servirla en seguida.