Se preparan dos huevos, medio kilo de harina de flor y trescientos gramos de manteca de vaca.
En un barreño se pone poco más de la mitad de harina, se hace en el centro un hoyo y se parten en él los huevos, se le echa una chispa de sal fina y una cucharada de coñac, amasándolo bien todo, mientras se le agrega, poco a poco, un vaso de agua templada, bastante grande.
Se trabaja bien, añadiendo más harina, si es preciso, y apartando ciento cincuenta gramos, que se trabajan con la manteca, para espolvorear la mesa y que no se agarre la masa.
Cuando ésta está terminada, y firme, pero algo blanda, se espolvorea la mesa de harina, se extiende en ella la pasta con el rodillo, cubriéndola luego con una capa de manteca; después se pliega y vuelve a extender, y se le pone otra capa de manteca; se pliega de nuevo y se acaba de extender en ella la manteca, repitiendo esta operación de plegarla hasta darle siete vueltas con el rodillo, y espolvoreando la mesa de harina siempre que lo necesite.
En la última vuelta se extiende la masa y se corta en redondeles, que se les hace un reborde después de colocarlos en la placa y rellenarlos. El relleno consiste en poner sobre ellos mermelada de ciruelas, manzanas o albaricoques, etc. Entonces se trabajan las recortaduras sobrantes de la masa, que se ponen sobre los pasteles, en forma de cruz, y cortada en tiras de medio dedo; se les hace el reborde y se les unta con un pincel empapado en yema de huevo, para dorarlos.
Cuando están todos terminados, se cuecen en el horno, a fuego moderado, por espacio de una media hora.