En las casas, lo más corriente, por ser sumamente sencillo, es hacerlo del siguiente modo: Se miden las tazas de agua que se quieran hacer; se pone este agua a hervir en un puchero de hierro esmaltado y cuando el líquido está hirviendo se le añade, por cada taza, dos cucharaditas de las que se usan para tomarlo, llenas de café molido; se tiene un momento al fuego, y entonces se aparta. Hecho esto, se cuela y sirve; pero es mejor, antes de colarlo, rociar la superficie del liquido con unas cucharadas de agua fría, porque haciendo esto el café baja al fondo del recipiente; pasado un momento, se cuela o decanta, aunque el colado no es preciso, ya que teniendo cuidado al ponerlo en las tazas, no se mezclan los posos al líquido.
Personas muy autorizadas aseguran, que el mejor procedimiento para obtener un buen café, consiste, en combinar la infusión con la decocción. Esto se hace poniendo en la vasija, cuando esté hirviendo el agua, la mitad o tres cuartas partes del café que vaya a hacerse, dejarlo cocer de diez a quince minutos y echar el resto del café; apartándolo en seguida del fuego, y bien tapado, dejarlo reposar un momento antes de servirlo.
Resulta aún mejor hecho en puchero de barro, que esté destinado a este uso solamente; se cuecen allí posos de café, resto de otras veces; cuando hayan cocido un poco, se añade a esto la cantidad de café necesaria, estando hirviendo a borbotones, y se tapa entonces el puchero con una pelota hecha de un paño limpio, mojado en agua fría; se deja hervir, así tapado, unos minutos; se aparta para rociarlo con el agua fría, se decanta, y pone sobre otra cafetera más elegante para servirlo.
Es muy frecuente también poner el café molido en la manga de franela, y vertiendo sobre ello el agua hirviendo, dejarlo pasar muy lentamente, para que sean arrastrados todos los componentes aromáticos del café; si se hubiere enfriado, puede calentarse de nuevo.
No queremos dejar de mencionar la cafetera individual o maquinilla, tan corriente en muchas familias, por la seguridad absoluta que tiene la señora de la casa de que no se hace más café que el que sea su voluntad, y para esto es insustituible y utilísima; tan es así, que hemos visto algunas veces, en casas donde se acostumbra a tomar café por cinco o seis individuos de la familia, llena la mesa de estas cafeteras individuales y ocupando todo con platillos y coladores, previsión digna de alabanza, aunque algo molesta con tanto aparato, pero; como decimos, permite que haga cada uno a su gusto el café y tener la seguridad que ni se gasta ni tira más, porque, ya se sabe, la mayoría de los criados no sólo gastan, sino que desperdician cuanto se deja al alcance de sus manos. Mas este aparato, de tan reconocida eficacia, sólo debe usarse en la intimidad, ya que en los demás casos es de mal gusto hacer el café en la mesa.