Se tienen remojados desde la noche anterior con su sal correspondiente, para cocerlos al día siguiente sin sal ninguna.
Estando bien cocidos se pasan por el colador para reducirlos a puré. Este puré se pesa, para poner también una cantidad igual de azúcar tamizada. Con el azúcar y una gotita de agua puestos en una cacerola sobre el fuego para que se deshagan, se forma un almíbar, al que se agrega el puré de garbanzos, dejándolo cocer a fuego suave hasta conseguir una pasta un poco espesa, que se mueve bien, después de aromatizarla con unas gotas de esencia de bergamota; apartándola del fuego cuando se consiga el punto deseado.
Luego se pone a freír una cantidad de aceite proporcionado a la masa que se necesite. Con este aceite bien frito se escalda la harina, se le echa una, chispa de sal y vino blanco, se le añade más harina, si es necesario, para formar una pasta manejable que estará en punto cuando no se pegue a las manos.
Esta pasta se extiende con el rodillo, se corta en redondeles, que se doblan, rellenándolos con la especie de crema obtenida de los garbanzos, se les unen bien los bordes, como si fuesen empanadillas, y se fríen en aceite hirviendo, sirviéndolos calentitos y rebozados en azúcar y canela. Resultan exquisitos y finos.