Se prepara una crema de pastelero, poniendo en un cazo catorce yemas de huevo con cien gramos de harina, que se trabajan bien con un bastón de vainilla. Luego se va echando un litro de leche, sin parar de moverlo. Cuando todo está bien deshecho, se coloca al fuego, moviéndola siempre para un lado, hasta que espese, habiéndole puesto antes azúcar al paladar.
Cuando espesa, se le agregan cien gramos de mantequilla fresca para que quede bien lisa; se vuelve a trabajar con la espátula para apartarla en una fuente cuando haya dado un hervor, y echándole un poco de leche caliente si quedara espesa en demasía.
La pasta se hace poniendo a la lumbre en un cazo medio litro de agua, doscientos gramos de mantequilla, un gramo de sal y dos cucharadas de azúcar en polvo. Todo bien mezclado, se acerca al fuego, y cuando empieza a hervir, se le echa un cuarto de kilo de harina, poco a poco, trabajándolo bien, sin apartarlo del fuego hasta que la masa se desprende del cazo.
Entonces se aparta y se le agregan ocho huevos enteros; se trabaja bien todo junto, y se va colocando sobre placas engrasadas y enharinadas en porciones poco mayores que una nuez; se humedecen con huevo batido, salpicándolas con unas almendras picadas algo menudas, debiendo de estar tostadas de antemano.
Se cuecen en el horno, espolvoreándolos con azúcar glas antes de sacarlos, para que tengan lustre. Para poderlos rellenar se abren un poco por un lado, con una tijeras, poniendo en ellos la crema antes preparada.