Este plato, nutritivo y agradable, es muy a propósito para los días de vigilia.
Se confecciona poniendo en una cacerola, al fuego, un litro de leche, y cuando hierve ésta, se le va poniendo, sin parar de moverla, ciento cincuenta gramos de sémola y cincuenta gramos de harina de flor, dejándolo espesar, hasta que tenga mucha consistencia.
Entonces se aparta, del fuego la cacerola, y sin dejar de mover la pasta, se le incorporan cien gramos de mantequilla fresca, un gramo de nuez moscada rallada, cincuenta gramos de queso de Parma rallado y tres huevos batidos. Cuando la masa está algo fría, se le echa la sal molida, que necesite, y vuelve a trabajarse bien al fuego.
Cuando está la pasta bien ligada, se deja enfriar un poco y se vuelca sobre una mesa o tablero limpio, para amasarla y extenderla con el rodillo, dejándola de un dedo de gruesa.
Estando completamente fría, se corta en redondeles, con molde o con un vasito, poniéndolos todos formando corona en una fuente, que pueda ir al horno y que esté engrasada de mantequilla; cuando están todos, se pone sobre cada uno una perlita de mantequilla, se espolvorean de queso rallado y se doran en el horno, sirviéndolos calientes.