Se pelan y limpian bien, teniéndolas después en remojo toda la noche, para cocerlas al día siguiente. Cuando estén cocidas y tiernas, se ponen sobre una tabla, quitándoles los huesos con cuidado de no hacerlas pedazos.
Si es posible, se sacan enteras, y si no se reúnen los trozos, rebozándolos en una pasta de harina y huevo o en pan rallado y huevo batido, para freírlas en una sartén con aceite o manteca, teniendo cuidado de taparlas mientras se fríen, porque saltan mucho, y sirviéndolas luego espolvoreadas de azúcar y canela.
Si se quieren con salsa, se les suprime la canela y el dulce, poniéndoles a cocer con una salsa hecha de perejil y avellanas machacadas con especias de todas clases y desatado con un poco del caldo de cocer las manos.