Se despellejan y limpian de espinas cuatro o seis sardinas, cuya carne blanca se machaca perfectamente, mezclándola después con un poco de mantequilla, un poquito de mostaza inglesa o francesa, según guste más o menos fuerte, un polvo de pimienta y unas gotas de zumo de limón.
Todas estas cosas se ponen al paladar y como más agrade, hasta conseguir una pasta que se pasa por un tamiz, extendiéndola luego sobre medios panecillos franceses o de Viena, cortados largos y estrechos.
Si no se dispone de ninguna de estas dos clases de pan, puede servirse la pasta sobre miga de pan corriente cortado en bonita forma.