Se corta en pedacitos cuadrados, de un dedo de gruesos, miga de pan del día anterior; estos cuadrados se cortan a lo largo, por en medio, sin dividirlos por completo, sino procurando que queden unidos por uno de sus extremos. Se pone en el corte de cada uno una fina loncha de jamón cocido, del tamaño y forma del pan, de modo que, puesto entre las dos hojas de éste, no sobresalga.
Hechos ya todos se colocan en una fuente, rociándolos de vino blanco, y mejor aún de Jerez, teniéndolos así por espacio de una hora. Al ir a servirlos se rebozan en huevo batido y se fríen en manteca de cerdo bien caliente. Se sirven en una fuente, formando corona sobre una bonita servilleta y perejil frito, en el hueco del centro.