ponían en marcha y atravesaban con gran presteza la llanura.
15 Cuando ambos ejércitos se hubieron acercado el uno al otro, apareció
en la primera
fila de los troyanos Alejandro, semejante a un dios, con una piel de leopardo
en los hom-
bros, el corvo arco y la espada; y, blandiendo dos lanzas de broncínea
punta, desafiaba a
los más valientes argivos a que con él sostuvieran terrible combate.
21 Menelao, caro a Ares, violo venir con arrogante paso al frente de la tropa,
y, como el
león hambriento que ha encontrado un gran cuerpo de cornígero
ciervo o de cabra
montés, se alegra y tl devora, aunque o persigan ágiles perros
y robustos mozos; así
Menelao se holgó de ver con sus propios ojos al deiforme Alejandro -figuróse
que podría
castigar al culpable- y al momento saltó del carro al suelo sin dejar
las armas.
30 Pero el deiforme Alejandro, apenas distinguió a Menelao entre los
combatientes
delanteros, sintió que se le cubría el corazón, y, para
librarse de la muerte, retrocedió al
grupo de sus amigos. Como el que descubre un dragón en la espesura de
un monte, se
echa con prontitud hacia atrás, tiémblanle las carnes y se aleja
con la palidez pintada en
sus mejillas; así el deiforme Alejandro, temiendo al hijo de Atreo, desapareció
en la turba
de los altivos troyanos.
38 Advirtiólo Héctor y lo reprendió con injuriosas palabras:
39 -¡Miserable Paris, el de más hermosa figura, mujeriego, seductor!
Ojalá no te
contaras en el número de los nacidos o hubieses muerto célibe.
Yo así lo quisiera y te
valdría más que ser la vergüenza y el oprobio de los tuyos.
Los melenudos aqueos se ríen
de haberte considerado como un bravo campeón por tu gallarda figura,
cuando no hay en
tu pecho ni fuerza ni valor. Y siendo cual eres, ¿reuniste a tus amigos,
surcaste los mares
en ligeros buques, visitaste a extranjeros y trajiste de remota tierra una mujer
linda,
esposa y cuñada de hombres belicosos, que es una gran plaga para tu padre,
la ciudad y el
pueblo todo, y causa de gozo para los enemigos y de confusión para ti
mismo? ¿No
esperas a Menelao, caro a Ares? Conocerías de qué varón
tienes la floreciente esposa, y
no te valdrían la cítara, los dones de Afrodita, la cabellera
y la hermosura, cuando rodaras
por el polvo. Los troyanos son muy tímidos; pues, si no, ya estarías
revestido de una
túnica de piedras por los males que les has causado.
58 Respondióle el deiforme Alejandro:
59 -¡Héctor! Con motivo me increpas y no más de lo justo;
pero tu corazón es inflexible
como el hacha que hiende un leño y multiplica la fuerza de quien la maneja
hábilmente
para cortar maderos de navío: tan intrépido es el ánimo
que en tu pecho se encierra. No
me eches en cara los amables dones de la dorada Afrodita, que no son despreciables
los
eximios presentes de los dioses y nadie puede escogerlos a su gusto. Y si ahora
quieres
que luche y combata, detén a los demás troyanos y a los aqueos
todos, y dejadnos en
medio a Menelao, caro a Ares, y a mí para que peleemos por Helena y sus
riquezas: el
que venza, por ser más valiente, lleve a su casa mujer y riquezas; y,
después de jurar paz
y amistad, seguid vosotros en la fértil Troya y vuelvan aquéllos
a Argos, criadora de
caballos, y a la Acaya, de lindas mujeres.
76 Así dijo. Oyólo Héctor con intenso placer, y, corriendo
al centro de ambos ejércitos
con la lanza cogida por el medio, detuvo las falanges troyanas, que al momento
se que-
daron quietas. Los melenudos aqueos le arrojaban flechas, dardos y piedras.
Pero
Agamenón, rey de hombres, gritóles con voz recia:
82 -Deteneos, argivos; no tiréis, jóvenes aqueos; pues Héctor,
el de tremolante casco,
quiere decirnos algo.
84 Así se expresó. Abstuviéronse de combatir y pronto quedaron
silenciosos. Y Héctor,
colocándose entre unos y otros, dijo:
86-Oíd de mis labios, troyanos y aqueos de hermosas grebas, el ofrecimiento
de
Alejandro por quien se suscitó la contienda. Propone que troyanos y aqueos
dejemos las
bellas armas en el fértil suelo, y él y Menelao, caro a Ares,
peleen en medio por Helena y
sus riquezas todas: el que venza, por ser más valiente, llevará
a su casa mujer y riquezas,
y los demás juraremos paz y amistad.
95 Así dijo. Todos enmudecieron y quedaron silenciosos. Y Menelao, valiente
en la
pelea, les habló de este modo:
97 -Ahora oídme también a mí. Tengo el corazón traspasado
de dolor, y creo que ya,
