Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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un bosque del Ida. Con
Eneas compartían el mando dos hijos de Anténor: Arquéloco y Acamante, diestros en
toda suerte de pelea.
824 Los ricos troyanos que habitaban en Zelea, al pie del Ida, y bebían el agua del
caudaloso Esepo, eran gobernados por Pándaro, hijo ilustre de Licaón, a quien Apolo en
persona dio el arco.
828 Los que poseían las ciudades de Adrastea, Apeso, Pitiea y el alto monte de Terea,
estaban a las órdenes de Adrasto y Anfio, de coraza de lino: ambos eran hijos de Mérope
Percosio, el cual conocía como nadie el arte adivinatoria y no quería que sus hijos fuesen
a la homicida guerra; pero ellos no lo obedecieron, impelidos por las parcas de la negra
muerte.
835 Los que moraban en Percote, a orillas del Practio, y los que habitaban en Sesto,
Abidos y la divina Arisbe eran mandados por Asio Hirtácida, príncipe de hombres, a
quien fogosos y corpulentos corceles condujeron desde Arisbe, desde la ribera del río
Seleente.
840 Hipótoo acaudillaba las tribus de los valerosos pelasgos que habitaban en la fértil
Larisa. Mandábanlos.él y Pileo, vástago de Ares, hijos del pelasgo Leto Teutámida.
844 A los tracios, que viven a orillas del alborotado Helesponto, los regían Acamante y
el héroe Píroo.
846 Eufemo, hijo de Treceno Céada, alumno de Zeus, era el capitán de los belicosos
cícones.
848 Pirecmes condujo los peonios, de corvos arcos, desde la lejana Amidón, desde la
ribera del anchuroso Axio; del Axio, cuyas límpidas aguas se esparcen por la tierra.
851 A los paflagonios, procedentes del país de los énetos, donde se crían las mulas
cerriles, los mandaba Pilémenes, de corazón varonil: aquéllos poseían la ciudad de
Citoro, cultivaban los campos de Sésamo y habitaban magníficas casas a orillas del río
Partenio, en Cromna, Egíalo y los altos montes Eritinos.
856 Los halizones eran gobernados por Odio y Epístrofo y procedían de lejos: de Álibe,
donde hay yacimientos de plata.
858 A los misios los regían Cromis y el augur Énnomo, que no pudo librarse, a pesar de
los agüeros, de la negra muerte; pues sucumbió a manos del Eácida, el de los pies ligeros,
en el río donde éste mató también a otros troyanos.
862 Forcis y el deiforme Ascanio acaudillaban a los frigios que habían llegado de la
remota Ascania y anhelaban entrar en batalla.
864 A los meonios los gobernaban Mestles y Antifo, hijos de Talémenes, a quienes dio
a luz la laguna Gigea. Tales eran los jefes de los meonios, nacidos al pie del Tmolo.
867 Nastes estaba al frente de los carios de bárbaro lenguaje. Los que ocupaban la
ciudad de Mileto, el frondoso monte Ftirón, las orillas del Meandro y las altas cumbres de
Mícale tenían por caudillos a Nastes y Anfímaco, preclaros hijos de Nomión; Nastes y
Anfímaco, que iba al combate cubierto de oro como una doncella. ¡Insensato! No por ello
se libró de la triste muerte, pues sucumbió en el río a manos del celerípede Eácida del
aguerrido Aquiles, el de los pies ligeros; y éste se apoderó del oro. 876 Sarpedón y el eximio Glauco mandaban a los licios, que procedían de la remota
Licia, de la ribera del voraginoso Janto.
CANTO III*
Juramentos- Contemplando desde la muralla –
Combate singular de Alejandro y Menelao
* La primera se interrumpe para que se verifique el combate singular de Alejandro y Menelao, que no
produce ningún resultado, pues, cuando aquél va a ser vencido, lo arrebata por los aires su madre la diosa
Afrodita y lo lleva al lado de Helen a.
1 Puestos en orden de batalla con sus respectivos jefes, los troyanos avanzaban
chillando y gritando como aves -así profieren sus voces las grullas en el cielo, cuando,
para huir del frío y de las lluvias torrenciales, vuelan gruyendo sobre la corriente del
Océano y llevan la ruina y la muerte a los pigmeos, moviéndolos desde el aire cruda
guerra- y los aqueos marchaban silenciosos, respirando valor y dispuestos a ayudarse
mutuamente.
10 Así como el Noto derrama en las cumbres de un monte la niebla tan poco grata al
pastor y más favorable que la noche para el ladrón, y sólo se ve el espacio a que alcanza
una pedrada; así también, una densa polvareda se levantaba bajo los pies de los que se


 

 
 

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