el dios que lo había
mostrado obró en él un prodigio: el hijo del artero Crono transformólo
en piedra, y
nosotros, inmóviles, admirábamos lo que ocurría. De este
modo, las grandes y
portentosas acciones de los dioses interrumpieron las hecatombes. Y en seguida
Calcante,
vaticinando, exclamó: «¿Por qué enmudecéis,
melenudos aqueos? El próvido Zeus es
quien nos muestra ese prodigio grande, tardío, de lejano cumplimiento,
pero cuya gloria
jamás perecerá. Como el dragón devoró a los polluelos
del ave y al ave misma, los cuales
eran ocho, y, con la madre que los dio a luz, nueve, así nosotros combatiremos
allí igual
número de años, y al décimo tomaremos la ciudad de anchas
calles.» Tal fue lo que dijo y
todo se va cumpliendo. ¡Ea, aqueos de hermosas grebas, quedaos todos hasta
que
tomemos la gran ciudad de Príamo!
333 Así habló. Los argivos, con agudos gritos que hacían
retumbar horriblemente las
naves, aplaudieron el discurso del divino Ulises. Y Néstor, caballero
gerenio, los arengó
diciendo:
337 -¡Oh dioses! Habláis como niños chiquitos que no están
ejercitados en los bélicos
trabajos. ¿Qué es de nuestros convenios y juramentos? ¿Se
fueron, pues, en humo los
consejos, los afanes de los guerreros, los pactos consagrados con libaciones
de vino puro
y los apretones de manos en que confiábamos? Nos entretenemos en contender
con
palabras y sin motivo, y en tan largo espacio no hemos podido encontrar un medio
eficaz
para conseguir nuestro intento. ¡Atrida! Tú, como siempre, manda
con firme decisión a
los argivos en el duro combate y deja que se consuman uno o dos que en discordancia
con los demás aqueos desean, aunque no lograran su propósito,
regresar a Argos antes de
saber si fue o no falsa la promesa de Zeus, que lleva la égida. Pues
yo os aseguro que el
prepotente Cronida nos prestó su asentimiento, relampagueando por el
diestro lado y
haciéndonos favorables señales, el día en que los argivos
se embarcaron en las naves de
ligero andar para traer a los troyanos la muerte y el destino. Nadie, pues,
se dé prisa por
volver a su casa, hasta haber dormido con la esposa de un troyano y haber vengado
la
huida y los gemidos de Helena. Y si alguno tanto anhelare el regreso, toque
la negra nave
de muchos bancos para que delante de todos sea muerto y cumpla su destino. ¡Oh
rey! No
dejes de pensar tú mismo y sigue también los consejos que nosotros
lo damos. No es des-
preciable lo que voy a decirte: Agrupa a los hombres, oh Agamenón, por
tribus y
familias, para que una tribu ayude a otra tribu y una familia a otra familia.
Si así lo
hicieres y lo obedecieren los aqueos, sabrás pronto cuáles jefes
y soldados son cobardes y
cuáles valerosos, pues pelearán distintamente; y conocerás
si no puedes tomar la ciudad
por la voluntad de los dioses o por la cobardía de tus hombres y su impericia
en la guerra.
369 Y, respondiéndole, el rey Agamenón le dijo:
370 -De nuevo, oh anciano, superas en el ágora a los aqueos todos. Ojalá,
¡padre Zeus,
Atenea, Apolo!, tuviera yo entre los aqueos diez consejeros semejantes; entonces
la
ciudad del rey Príamo sería pronto tomada y destruida por nuestras
manos. Pero Zeus
Cronida, que lleva la égida, me envía penas, enredándome
en inútiles disputas y riñas.
Aquiles y yo peleamos con encontradas razones por una joven, y fui el primero
en
irritarme; si ambos procediéramos de acuerdo, no se diferiría
ni un solo momento la ruina
de los troyanos. Ahora, id a comer para que luego trabemos el combate; cada
uno afile la
lanza, prepare el escudo, dé el pasto a los corceles de pies ligeros
a inspeccione el carro,
apercibiéndose para la lucha; pues durante todo el día nos pondrá
a prueba el horrendo
Ares. Ni un breve descanso ha de haber siquiera, hasta que la noche obligue
a los
valientes guerreros a separarse. La correa del escudo que al combatiente cubre,
sudará en
torno del pecho; el brazo se fatigará con el manejo de la lanza, y también
sudarán los
corceles arrastrando los pulimentados carros. Y aquél que se quede voluntariamente
en
las corvas naves, lejos de la batalla, como yo lo vea, no se librará
de los perros y de las
aves de rapiña.
394 Así dijo. Los argivos promovían gran clamoreo, como cuando
las olas, movidas
por el Noto, baten un elevado risco que se adelanta sobre el mar y no to dejan
mientras
