nales; quitan los soportes, y el vocerío de los que se disponen a volver
a la patria llega
hasta el cielo.
155 Y efectuárase entonces, antes de lo dispuesto por el destino, el
regreso de los
argivos, si Hera no hubiese dicho a Atenea:
157 -¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, que lleva la égida! ¡Indómita!
¿Huirán los argivos a sus
casas, a su patria tierra por el ancho dorso del mar, y dejarán como
trofeo a Príamo y a
los troyanos la argiva Helena, por la cual tantos aqueos perecieron en Troya,
lejos de su
patria? Ve en seguida al ejército de los aqueos de broncíneas
corazas, detén con suaves
palabras a cada guerrero y no permitas que echen al mar los corvos bajeles.
166 Así habló. Atenea, la diosa de ojos de lechuza, no fue desobediente.
Bajando en
raudo vuelo de las cumbres del Olimpo llegó presto a las veloces naves
aqueas y halló a
Ulises, igual a Zeus en prudencia, que permanecía inmóvil y sin
tocar la negra nave de
muchos bancos, porque el pesar le llegaba al corazón y al alma. Y poniéndose
a su lado,
díjole Atenea, la de ojos de lechuza:
173 -¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Ulises, fecundo en
ardides! ¿Así, pues, huiréis a
vuestras casas, a la patria tierra, embarcados en las naves de muchos bancos,
y dejaréis
como trofeo a Príamo y a los troyanos la argiva Helena, por la cual tantos
aqueos
perecieron en Troya, lejos de su patria? Ve en seguida al ejército de
los aqueos y no
cejes: detén con suaves palabras a cada guerrero y no permitas que echen
al mar los
corvos bajeles.
182 Así dijo. Ulises conoció la voz de la diosa en cuanto le habló;
tiró el manto, que
recogió el heraldo Euríbates de Ítaca, que lo acompañaba;
corrió hacia el Atrida
Agamenón, para que le diera el imperecedero cetro paterno; y, con éste
en la mano,
enderezó a las naves de los aqueos, de broncíneas corazas.
188 Cuando encontraba a un rey o a un capitán eximio, parábase
y lo detenía con
suaves palabras.
190 -¡Ilustre! No es digno de ti temblar como un cobarde. Deténte
y haz que los demás
se detengan también. Aún no conoces claramente la intención
del Atrida: ahora nos
prueba, y pronto castigará a los aqueos. En el consejo no todos comprendimos
lo que
dijo. No sea que, irritándose, maltrate a los aqueos; la cólera
de los reyes, alumnos de
Zeus, es terrible, porque su dignidad procede del próvido Zeus y éste
los ama.
198 Cuando encontraba a un hombre del pueblo gritando, dábale con el
cetro y lo
increpaba de esta manera:
200 -¡Desdichado! Estáte quieto y escucha a los que te aventajan
en bravura; tú, débil a
inepto para la guerra, no eres estimado ni en el combate ni en el consejo. Aquí
no todos
los aqueos podemos ser reyes; no es un bien la soberanía de muchos; uno
solo sea
príncipe, uno solo rey: aquél a quien el hijo del artero Crono
ha dado cetro y leyes para
que reine sobre nosotros.
207 -Así Ulises, actuando como supremo jefe, imponía su voluntad
al ejército; y ellos
se apresuraban a volver de las tiendas y naves al ágora, con gran vocerío,
como cuando el
oleaje del estruendoso mar brama en la playa anchurosa y el ponto resuena.
211 Todos se sentaron y permanecieron quietos en su sitio, a excepción
de Tersites,
que, sin poner freno a la lengua, alborotaba. Ése sabía muchas
palabras groseras para
disputar temerariamente, no de un modo decoroso, con los reyes, y lo que a él
le
pareciera hacerlo ridículo para los argivos. Fue el hombre más
feo que llegó a Troya,
pues era bizco y cojo de un pie; sus hombros corcovados se contraían
sobre el pecho, y
tenía la cabeza puntiaguda y cubierta por rala cabellera. Aborrecíanlo
de un modo
especial Aquiles y Ulises, a quienes zahería; y entonces, dando estridentes
voces, decía
oprobios al divino Agamenón. Y por más que los aqueos se indignaban
a irritaban mucho
contra él, seguía increpándolo a voz en grito:
225 -¡Atrida! ¿De qué te quejas o de qué careces?
Tus tiendas están repletas de bronce
y en ellas tienes muchas y escogidas mujeres que los aqueos te ofrecemos antes
que a
nadie cuando tomamos alguna ciudad. ¿Necesitas, acaso, el oro que alguno
de los
troyanos, domadores de caballos, te traiga de Ilio para redimir al hijo que
yo a otro aqueo
haya hecho prisionero? ¿O, por ventura, una joven con quien te junte
el amor y que tú
solo poseas? No es justo que, siendo el caudillo, ocasiones tantos males a los
