no están discordes, por haberlos persuadido Hera con sus ruegos, y una
serie de infortu-
nios amenaza a los troyanos por la voluntad de Zeus. Graba mis palabras en tu
memoria.»
Habiendo hablado así, fuese volando, y el dulce sueño me desamparó.
Mas, ea, veamos
cómo podremos conseguir que los aqueos tomen las armas. Para probarlos
como es
debido, les aconsejaré que huyan en las naves de muchos bancos; y vosotros,
hablándoles
unos por un lado y otros por el opuesto, procurad detenerlos.
76 Habiéndose expresado en estos términos, se sentó. Seguidamente
levantóse Néstor,
que era rey de la arenosa Pilos, y benévolo les arengó diciendo:
79 -¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los argivos! Si algún
otro aqueo nos refiriese
el sueño, te creeríamos falso y desconfiaríamos aún
más; pero lo ha tenido quien se gloría
de ser el más poderoso de los aqueos. Ea, veamos cómo podremos
conseguir que los
aqueos tomen las armas.
84 Habiendo hablado así, fue el primero en salir del consejo. Los reyes
portadores de
cetro se levantaron, obedeciendo al pastor de hombres, y la gente del pueblo
acudió
presurosa. Como de la hendedura de un peñasco salen sin cesar enjambres
copiosos de
abejas que vuelan arracimadas sobre las flores primaverales y unas revolotean
a este lado
y otras a aquél; así las numerosas familias de guerreros marchaban
en grupos, por la baja
ribera, desde las naves y tiendas al ágora. En medio, la Fama, mensajera
de Zeus,
enardecida, los instigaba a que acudieran, y ellos se iban reuniendo. Agitóse
el ágora,
gimió la tierra y se produjo tumulto, mientras los hombres tomaron sitio.
Nueve heraldos
daban voces para que callaran y oyeran a los reyes, alumnos de Zeus. Sentáronse
al fin,
aunque con dificultad, y enmudecieron tan pronto como ocuparon los asientos.
Entonces
se levantó el rey Agamenón, empuñando el cetro que Hefesto
hizo para el soberano Zeus
Cronión -éste lo dio al mensajero Argicida; Hermes lo regaló
al excelente jinete Pélope,
quien, a su vez, lo entregó a Atreo, pastor de hombres; Atreo al morir
lo legó a Tiestes,
rico en ganado, y Tiestes lo dejó a Agamenón para que reinara
en muchas islas y en todo
el país de Argos-, y, descansando el rey sobre el arrimo del cetro, habló
así a los argivos:
110 -¡Oh amigos, héroes dánaos, ministros de Ares! En grave
infortunio envolvióme
Zeus Cronida. ¡Cruel! Me prometió y aseguró que no me iría
sin destruir la bien murada
Ilio, y todo ha sido funesto engaño; pues ahora me ordena regresar a
Argos, sin gloria,
después de haber perdido tantos hombres. Así debe de ser grato
al prepotente Zeus, que
ha destruido las fortalezas de muchas ciudades y aún destruirá
otras porque su poder es
inmenso. Vergonzoso será para nosotros que lleguen a saberlo los hombres
de mañana.
¡Un ejército aqueo tal y tan grande hacer una guerra vana a ineficaz!
¡Combatir contra un
número menor de hombres y no saberse aún cuándo la contienda
tendrá fin! Pues, si
aqueos y troyanos, jurando la paz, quisiéramos contarnos, y reunidos
cuantos troyanos
hay en sus hogares y agrupados nosotros los aqueos en décadas, cada una
de éstas eligiera
un troyano para que escanciara el vino, muchas décadas se quedarían
sin escanciador. ¡En
tanto digo que superan los aqueos a los troyanos que en la ciudad moran! Pero
han venido
en su ayuda hombres de muchas ciudades, que saben blandir la lanza, me apartan
de mi
intento y no me permiten, como quisiera, tomar la populosa ciudad de Ilio. Nueve
años
del gran Zeus transcurrieron ya; los maderos de las naves se han podrido y las
cuerdas es-
tán deshechas; nuestras esposas a hijitos nos aguardan en los palacios;
y aún no hemos
dado cima a la empresa para la cual vinimos. Ea, procedamos todos como voy a
decir:
Huyamos en las naves a nuestra patria tierra, pues ya no tomaremos Troya, la
de anchas
calles.
142 Así dijo; y a todos los que no habían asistido al consejo
se les conmovió el corazón
en el pecho. Agitóse el ágora como las grandes olas que en el
mar Icario levantan el Euro
y el Noto cayendo impetuosos de las nubes amontonadas por el padre Zeus. Como
el
Céfiro mueve con violento soplo un crecido trigal y se cierne sobre las
espigas, de igual
manera se movió toda el ágora. Con gran gritería y levantando
nubes de polvo, corren
hacia los bajeles; exhórtanse a tirar de ellos para echarlos al mar divino;
limpian los ca-
