Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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digno de la corte del propio Nerón, además de predicar con arte exqui-
sito su doctrina, la aplicó con bello coraje en la hora extrema. Sola-
mente Sócrates murió mejor que él, y ambos más dignamente que
Jesús. Son las tres grandes muertes de la historia.
La dignidad estoica tuvo su apóstol en Epicteto. Una convincente
elocuencia de sofista caldeaba su palabra de liberto. Vivió como el más
humilde, satisfecho con lo que tenía. durmiendo en casa sin puertas.
entregado a meditar y educar, hasta el decreto que proscribió de Roma
a los filósofos. Enseñó a distinguir, en toda cosa, lo que depende y lo
que no depende de nosotros. Lo primero nadie puede cohibirlo; lo
demás está subordinado a fuerzas extrañas. Colocar el Ideal en lo que
depende de nosotros y ser indiferente a lo demás: he ahí una fórmula
para el idealismo i experimental.
Es desdeñable todo lo que suele desear o temer el egoísta. Si las
resistencias en el camino de la perfección dependen de otros, conviene
hacer de ellas caso omiso, como si no existiesen, y redoblar el esfuerzo
enaltecedor. Ningún contratiempo material desvía al idealista. Si de-
seara influir de inmediato sobre cosas que de él no dependen, encontra-
ría obstáculos en todas partes; contra esa hostilidad de su ambiente sólo
puede rebelarse con la imaginación, mirando cada vez más hacia su
interior. El que sirve a un ideal, vive de él; nadie le forzará a soñar lo
que no quiere ni le impedirá ascender hacia su sueño. Esta moral no es una contemplación pasiva; renuncia solamente a
participar del alma. Su asentimiento a lo inevitable no es apatía ni
inercia. Apartarse no es morir; es, simplemente, esperar la posible hora
de hacer, apresurándola con la predicación o con el ejemplo. Si la hora
llega, puede ser afirmación sublime, como lo fue en Marco Aurelio,
nunca igualado en regir destinos de pueblos: sólo él pudo inspirar las
páginas más hondas de Renán y las más líricas de Paul de Saint-Victor.
Delicado y penetrante, su estoicismo fue más propicio para templar
caracteres que para consolar corazones. Con él alcanzó el pensamiento
antiguo su más tranquila nobleza. Entre perversos e ingratos que la
circuían, enseñó a dar sus racimos, como la viña, sin reclamar precio
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alguno, preparándose para cargar otros en la vendimia futura. Los
idealistas estoicos son hombres de su estirpe: diríase que ignoran el
bien que hacen a sus propios enemigos. Cuando arrecia el encanalla-
miento de los domesticados, cuando más sofocante tórnase el clima de
las mediocracias, ellos crean un nuevo ambiente moral sembrando
ideales: una nueva generación, aprendiendo a amarlos, se ennoblece.
Frente a las burguesías afiebradas por remontar el nivel del bienestar
material ignorando que su mayor miseria es la falta de cultura-, ellos
concentran sus esfuerzos para aquilatar el respeto de las cosas del espí-
ritu y el culto de todas las originalidades descollantes. Mientras la
vulgaridad obstruye las vías del genio, de la santidad y del heroísmo,
ellos concurren a restituirlas, mediante la sugestión de ideales, prepa-
rando el advenimiento de esas horas fecundas que caracterizan la resu-
rrección de las razas: el clima del genio. Toda ética idealista transmuta los valores y eleva el rango del mé-
rito; las virtudes y los vicios trocan sus matices, en más o en menos,
creando equilibrios nuevos. Ésa es, en el fondo, la obra de los moralis-
tas: su originalidad está en cambios de tono que modifican las perspec-
tivas de un cuadro cuyo fondo es casi imperturbable. Frente a la
chatura común, que empuja a ser vulgares, los caracteres dignos afir-
man con vehemencia su ideal. Una mediocracia sin ideales -como un
individuo o un grupo- es vil y escéptica, cobarde: contra ella cultivan
hondos anhelos de perfección. Frente a la ciencia hecho oficio, la Ver-
dad como un culto; frente a la honestidad de conveniencia, la Virtud
desinteresada; frente al arte lucrativo de los funcionarios, la Armonía
inmarcesible de la línea, de la forma y del color; frente a las complici-
dades de la política mediocrática, las máximas expansiones del Indivi-
duo dentro de cada sociedad. Cuando los pueblos se domestican y
callan, los grandes forjadores de ideales levantan su voz. Una ciencia,
un arte, un país, una raza, estremecidos por su eco, pueden salir de su
cauce habitual. El Genio es un guión que pone el destino entre dos
párrafos de la historia. Si aparece en los orígenes, crea o funda; si en
los resurgimientos, transmuta o desorbita. En ese instante remontan su
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vuelo todos los espíritus superiores, templándose en pensamientos altos
y para obras perennes.
VI. SÍMBOLO En el vaivén eterno de las eras, el porvenir es siempre de los vi-
sionarios. La interminable contienda entre el idealismo y la mediocri-
dad tiene su símbolo: no pudo Cellini clavarlo en más digno sitio que
la maravillosa plaza de Florencia. Nunca mano de orfebre plasmó un
concepto más sublime. Perseo exhibiendo la cabeza de Medusa, cuyo


 

 
 

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