181 Así dijo. El anciano contemplólo con admiración y exclamó:
182 -¡Atrida feliz, nacido con suerte, afortunado! Muchos son los aqueos
que lo
obedecen. En otro tiempo fui a la Frigia, en viñas abundosa, y vi a muchos
de sus
naturales -los pueblos de Otreo y de Migdón, igual a un dios- que con
los ágiles corceles
acampaban a orillas del Sangario. Entre ellos me hallaba, a fuer de aliado,
el día en que
llegaron las varoniles amazonas. Pero no eran tantos como los aqueos de ojos
vivos.
191 Fijando la vista en Ulises, el anciano volvió a preguntar:
192 -Ea, dime también, hija querida, quién es aquél, menor
en estatura que Agamenón
Atrida, pero más ancho de espaldas y de pecho. Ha dejado en el fértil
suelo las armas y
recorre las filas como un carnero. Parece un velloso carnero que atraviesa un
gran rebaño
de cándidas ovejas.
199 Al momento le respondió Helena, hija de Zeus:
200 -Aquél es el hijo de Laertes, el ingenioso Ulises, que se crió
en la áspera ítaca; tan
hábil en urdir engaños de toda especie, como en dar prudentes
consejos.
203 El sensato Anténor replicó al momento:
204 -Mujer, mucha verdad es lo que dices. Ulises vino por ti, como embajador,
con
Menelao, caro a Ares; yo los hospedé y agasajé en mi palacio y
pude conocer la
condición y los prudentes consejos de ambos. Entre los troyanos reunidos,
de pie,
sobresalía Menelao por sus anchas espaldas; sentados, era Ulises más
majestuoso.
Cuando hilvanaban razones y consejos para todos nosotros, Menelao hablaba de
prisa,
poco, pero muy claramente: pues no era verboso, ni, con ser el más joven,
se apartaba del
asunto; el ingenioso Ulises, después de levantarse, permanecía
en pie con la vista baja y
los ojos clavados en el suelo, no meneaba el cetro que tenía inmóvil
en la mano, y parecía
un ignorante: lo hubieras tomado por un iracundo o por un estúpido. Mas
tan pronto
como salían de su pecho las palabras pronunciadas con voz sonora, como
caen en
invierno los copos de nieve, ningún mortal hubiese disputado con Ulises.
Y entonces ya
no admirábamos tanto la figura de héroe.
225 Reparando la tercera vez en Ayante, dijo el anciano:
226 -¿Quién es ese otro aqueo gallardo y alto, que descuella entre
los argivos por su
cabeza y anchas espaldas?
228 Respondió Helena, la de largo peplo, divina entre las mujeres:
229-Ése es el ingente Ayante, antemural de los aqueos. Al otro lado está
Idomeneo,
como un dios, entre los cretenses; rodéanlo los capitanes de sus tropas.
Muchas veces
Menelao, cáro a Ares, lo hospedó en nuestro palacio cuando venía
de Creta. Distingo a
los demás aqueos de ojos vivos, y me sería fácil reconocerlos
y nombrarlos; mas no veo a
dos caudillos de hombres, Cástor, domador de caballos, y Pólux,
excelente púgil,
hermanos carnales que me dio mi madre. ¿Acaso no han venido de la amena
Lacedemonia? ¿O llegaron en las naves, surcadoras del ponto, y no quieren
entrar en
combate para no hacerse partícipes de mi deshonra y de mis muchos oprobios?
243 Así habló. A ellos la fértil tierra los tenía
ya consigo, en Lacedemoma, en su misma
patria.
243 Los heraldos atravesaban la ciudad con las víctimas para los divinos
juramentos,
los dos corderos, y el regocijador vino, fruto de la tierra, encerrado en un
odre de piel de
cabra. El heraldo Ideo llevaba además una reluciente cratera y copas
de oro; y,
acercándose al anciano, invitólo diciendo:
250 -¡Levántate, Laomedontíada! Los próceres de los
troyanos, domadores de caballos,
y de los aqueos, de broncíneas corazas, to piden que bajes a la llanura
y sanciones los
fieles juramentos; pues Alejandro y Menelao, caro a Ares, combatirán
con luengas lanzas
por la esposa: mujer y riquezas serán del que venza, y, después
de pactar amistad con
fieles juramentos, nosotros seguiremos habitando la fértil Troya, y aquéllos
volverán a
Argos, criador de caballos, y a Acaya, la de lindas mujeres.
259 Así dijo. Estremecióse el anciano y mandó a los amigos
que engancharan los
caballos. Obedeciéronlo solícitos. Subió Príamo
y cogió las riendas; a su lado, en el
magnífico carro, se puso Anténor. E inmediatamente guiaron los
ligeros corceles hacia la
llanura por las puertas Esceas.
264 Cuando hubieron llegado al campo, descendieron del carro al almo suelo y
se
encaminaron al espacio que mediaba entre los troyanos y los aqueos. Levantóse
al punto
el rey de hombres, Agamenón, levantóse también el ingenioso
