Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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el
dilatado Olimpo.
531 Después de deliberar así, se separaron: ella saltó al profundo mar desde el
resplandeciente Olimpo, y Zeus volvió a su palacio. Todos los dioses se levantaron al ver
a su padre, y ninguno aguardó que llegara, sino que todos salieron a su encuentro.
Sentóse Zeus en el trono; y Hera, que, por haberlo visto, no ignoraba que Tetis, la de argénteos pies, hija del anciano del mar, con él había departido, dirigió al momento
injuriosas palabras a Zeus Cronida:
540 -¿Cuál de las deidades, oh doloso, ha conversado contigo? Siempre te es grato,
cuando estás lejos de mí, pensar y resolver algo secretamente, y jamás te has dignado
decirme una sola palabra de to que acuerdas.
544 Respondióle el padre de los hombres y de los dioses:
545 -¡Hera! No esperes conocer todas mis decisiones, pues te resultará difícil aun
siendo mi esposa. Lo que pueda decirse, ningún dios ni hombre lo sabrá antes que tú;
pero lo que quiera resolver sin contar con los dioses, no lo preguntes ni procures
averiguarlo.
551 Replicó en seguida Hera veneranda, la de ojos de novilla:
552 -¡Terribilísimo Cronida, qué palabras proferiste! No será mucho lo que te haya
preguntado o querido averiguar, puesto que muy tranquilo meditas cuanto te place. Mas
ahora mucho recela mi corazón que te haya seducido Tetis, la de argénteos pies, hija del
anciano del mar. A1 amanecer el día sentóse cerca de ti y abrazó tus rodillas; y pienso
que le habrás prometido, asintiendo, honrar a Aquiles y causar gran matanza junto a las
naves aqueas.
560 Y contestándole, Zeus, que amontona las nubes, le dijo:
561 -¡Ah, desdichada! Siempre sospechas y de ti no me oculto. Nada, empero, podrás
conseguir sino alejarte de mi corazón; lo cual todavía te será más duro. Si es cierto lo que
sospechas, así debe de serme grato. Pero siéntate en silencio y obedece mis palabras. No
sea que no te valgan cuantos dioses hay en el Olimpo, acercándose a ti, cuando te ponga
encima mis invictas manos.
569 Así dijo. Temió Hera veneranda, la de ojos de novilla, y, refrenando el coraje,
sentóse en silencio. Indignáronse en el palacio de Zeus los dioses celestiales. Y Hefesto,
el ilustre artífice, comenzó a arengarlos para consolar a su madre Hera, la de los níveos
brazos:
573 -Funesto a insoportable será lo que ocurra, si vosotros disputáis así por los mortales
y promovéis alborotos entre los dioses; ni siquiera en el banquete se hallará placer
alguno, porque prevalece lo peor. Yo aconsejo a mi madre, aunque ya ella tiene juicio,
que obsequie al padre querido, a Zeus, para que no vuelva a reñirla y a turbarnos el festín.
Pues, si el Olímpico fulminador quiere echarnos del asiento... nos aventaja mucho en
poder. Pero halágalo con palabras cariñosas y en seguida el Olímpico nos será propicio.
584 De este modo habló y, tomando una copa de doble asa, ofrecióla a su madre,
diciendo:
586 -Sufre, madre mía, y sopórtalo todo, aunque estés afligida; que a ti, tan querida, no
lo vean mis ojos apaleada sin que pueda socorrerte, porque es difícil contrarrestar al
Olímpico. Ya otra vez que quise defenderte me asió por el pie y me arrojó de los divinos
umbrales. Todo el día fui rodando y a la puesta del sol caí en Lemnos. Un poco de vida
me quedaba y los sinties me recogieron tan pronto como hube caído.
595 Así dijo. Sonrióse Hera, la diosa de los níveos brazos; y, sonriente aún, tomó la
copa que su hijo le presentaba. Hefesto se puso a escanciar dulce néctar para las otras
deidades, sacándolo de la cratera; y una risa inextinguible se alzó entre los
bienaventurados dioses viendo con qué afán los servía en el palacio.
601 Todo el día, hasta la puesta del sol, celebraron el festín; y nadie careció de su
respectiva porción, ni faltó la hermosa cítara que tañía Apolo, ni las Musas que con linda
voz cantaban alternando.
605 Mas, cuando la fúlgida luz del sol llegó al ocaso, los dioses fueron a recogerse a
sus respectivos palacios, que había construido Hefesto, el ilustre cojo de ambos pies, con sabia inteligencia. Zeus olímpico, fulminador, se encaminó al lecho donde acostumbraba
dormir cuando el dulce sueño le vencía. Subió y acostóse; y a su lado descansó Hera, la
de áureo trono.


 

 
 

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