Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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mortales, el que más sobresalía en cuerpo y hermosura de todos los feacios después del
irreprochable Laodamante. También se pusieron en pie tres hijos del egregio Alcínoo:
Laodamante, Halio y Élitoneo, parecido a un dios. Éstos hicieron la primera prueba con
los pies. Desde la línea de salida se les extendía la pista y volaban velozmente por la
llanura levantando polvo. Entre ellos fue con mucho el mejor en el correr el irreprochable
Clitoneo; cuanto en un campo noval es el alcance de dos mulas, tanto se les adelantó llegando a la gente mientras los otros se quedaron atrás. Luego hicieron la prueba de la
fatigosa lucha y en ésta venció Euríalo a todos los mejores. Y en el salto fue Anfíalo el
mejor, y en el disco fue Elatreo el mejor de todos con mucho, y en el pugilato
Laodamante, el noble hijo de Alcínoo. Y cuando todos hubieron deleitado su ánimo con
los juegos, entre ellos habló Laodamante, el hijo de Alcínoo:
«Aquí, amigos, preguntemos al huésped si conoce y ha aprendido algún juego. Que no
es vulgar en su natural: en sus músculos y piernas, en sus dos brazos, en su robusto cuello
y en su gran vigor. Y no carece de vigor juvenil, sino que está quebrantado por
numerosos males; que no creo yo que haya cosa peor que el mar para abatir a un hombre
por fuerte que sea.» Y Euríalo le contestó y dijo:
«Has hablado como te corresponde. Ve tú mismo a desafiarlo y manifiéstale tu
palabra.»
Cuando le oyó se adelantó el noble hijo de Alcínoo, se puso en medio y dijo a Odiseo:
«Ven aquí, padre huésped, y prueba tú también los juegos si es que has aprendido
alguno. Es natural que los conozcas, pues no hay gloria mayor para el hombre mientras
vive que lo que hace con sus pies o con sus manos. Vamos, pues, haz la prueba y arroja
de tu ánimo las penas, pues tu viaje no se diferirá por más tiempo; ya la nave te ha sido
botada y tienes preparados unos acompañantes.»
Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:
«¡Laodamante! ¿Por qué me ordenáis tal cosa por burlaros de mí? Las perlas ocupan mi
interior más que los juegos. Yo he sufrido antes mucho y mucho he soportado. Y ahora
estoy sentado en vuestra asamblea necesitando el regreso, suplicando al rey y a todo el
pueblo.»
Entonces, Euríalo le contestó y le echó en cara:
«No, huésped, no te asemejas a un hombre entendido en juegos, cuantos hay en
abundancia entre los hombres, sino al que está siempre en una nave de muchos bancos, a
un comandante de marinos mercantes que cuida de la carga y vigíla las mercancías y las
ganancias debidas al pillaje. No tienes traza de atleta.»
Y lo miró torvamente y le contestó el muy astuto Odiseo:
«¡Huésped! No has hablado bien y me pareces un insensato. Los dioses no han
repartido de igual modo a todos sús ámables dones de hermosura, inteligencia y
elocuencia. Un hombre es inferior por su aspecto, pero la divinidad lo corona con la
hermosura de la palabra y todos miran hacia él complacidos. Les habla con firmeza y con
suavidad respetuosa y sobresale entre los congregados, y lo contemplan como a un dios
cuando anda por la ciudad.
«Otro, por el contrario, se parece a los inmortales en su porte, pero no lo corona la
gracia cuando habla.
«Así tu aspecto es distinguido y ni un dios lo habría formado de otra guisa, mas de
inteligencia eres necio. Me has movido el ánimo dentro del pecho al hablar
inconvenientemente. No soy desconocedor de los juegos como tú aseguras, antes bién,
creo que estaba entre los primeros mientras confiaba en mi juventud y mis brazos. Pero
ahora estóy poseído por la adversidad y los dolores, pues he soportado mucho guerreando
con los hombres y atravesando las dolorosas olas. Pero aun así, aunque haya padecido muchos males, probaré en los juegos: tu palabra ha mordido mi corazón y me has
provocado al hablar.»
Dijo, y con su mismo vestido se levantó, tomó un disco mayor y más ancho y no poco
más pesado que con el que solían competir entre sí los feacios. Le dio vueltas, lo lanzó de
su pesada mano y la piedra resonó. Echáronse a tierra los feacios de largos remos,
hombres ilustres por sus naves, por el ímpetu de la piedra, y ésta sobrevoló todas las
señales al salir velozmente de su mano. Atenea le puso la señal tomando la forma de un
hombre, le dijo su palabra y lo llamó por su nombre:


 

 
 

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