sean escogidos entre el pueblo cincuenta y dos jóvenes, cuantos son siempre
los mejores.
Atad bien los remos a los bancos y salid. Preparad a continuación un
convite al volver a
mi palacio, que a todos se lo ofreceré en abundancia. Esto es lo que
ordeno a los jóvenes.
Y los demás, los reyes que lleváis cetro, venid,a mi hermosa mansión
para que honremos
en el palacio al forastero. Que nadie se niegue. Y llamad al divino aedo Demódoco,
a
quien la divinidad há otorgado el canto para deleitar siempre que su
ánimo lo empuja a
cantar.»
Así habló y los condujo y ellos le siguieron, los reyes que llevan
cetro. El heraldo fue a
llamar al divino aedo y los cincuenta y dos jóyenes se dirigieron, como
les había
ordenado, á la ribera del mar estéril. Cuando llegaron a la negra
nave y al mar echaron la
nave al abismo del mar y pusieron el mástil y las velas y ataron los
remos con correas,
todo según correspondía. Extendieron hacia arriba las blancás
velas, anclaron a la nave en
aguas profundas y se pusieron en camino para ir a la gran casa del prudente
Alcínoo. Y
los pórticos, el recinto de los patios y las habitaciones se llenaron
de hombres que se
congregaban, pues eran muchos, jóvenes y ancianos. Para ellos sacrificó
Alcínoo doce
ovejas y ocho cerdos albidentes y dos bueyes de rotátíles patas.
Los desollaron y
prepararon a hicieron un agradable banquete.
Y se acercó el heraldo con el deseable aedo a quien Musa amó mucho
y le había dado
lo bueno y lo malo: le privó de los ojos, pero le concedió el
dulce canto. Pontónoo le puso
un sillón de clavos de plata en medio de los comensales, apoyándolo
a una elevada
columna, y el heraldo le colgó de un clavo la sonora cítara sobre
su cabeza. y le mostró
cómo tomarla con las manos. También le puso al lado un canastillo
y una linda mesa y
una copa de vino para beber siempre que su ánimo le impulsara.
Y ellos echaron mano de las viándas qúe tenían delante.
Y cuando hubieron arrojado el
deseo de comida y bebida, Musa empujó al aedo a que cantara la gloria
de los guerreros
con un canto cuya fama llegaba entonces al ancho cielo: la disputa de Odiseo
y del Pelida
Aquiles, cómo en cierta ocasión discutieron en el suntuoso banquete
de los dioses con
horribles palabras. Y el soberano de hombres; Agamenón, se alegraba en
su ánimó de que
riñeran los mejores de los aqueos. Así se lo había dicho
con su oráculo Febo Apolo en la
divina Pitó cuando sobrépasó el umbral de piedra para ir
a consultarle; en aquel momento
comenzó a desarrollarse el principio de la calamidad para teucros y dánaos
por los
designios del gran Zeus. Esta cantaba el muy ilustre aedo. Entonces Odiseo tomó
con sus
pesadas manos su grande, purpúrea manta; se lo echó par encima
de la cabeza y cubrió su
hermoso rostro; le daba vergüenza déjar caer lágrimas bajo
sus párpados delanté de los
feacios. Siempre que el divino aedo dejaba de cantar se enjugaba las lágrimas
y retiraba
el manto de su cabeza y, tomando una copa doble, hacía libaciones a los
dioses.
Pero cuando comenzaba otra vez -lo impulsaban a cantar los más nobles
de los feacios
porque gozaban con sus versos-, Odiseo se cubría nuevamente la cabeza
y lloraba. A los
demás les pasó inadvertido que derramaba lágrimas. Sólo
Alcínoo lo advirtió y observó,
pues estaba sentado al lado y le oía gemir gravemente. Entonces dijo
el soberano a los
feacios amantes del remo:
«¡Oídme, caudillós y señores de los feacios!
Ya hemos gozado del bien distribuido
banquete y de la cítara que es compañera del festín espléndido;
salgamos y -probemos
toda clase de juegos. Así también el huésped contará
a los suyos al volver a casa cuánto
superamos a los demás en el pugilato, en la lucha, en el salto y en la
carrera.»
Así habló y los condujo y ellos les siguieron. El heraldo colgó
del clavo la sonora cítara
y tomó de la mano a Demódoco; lo sacó del mégaron
y lo conducía por el mismo camino
que llevaban los mejores de los feacios para admirar los juegos,. Se pusieron
en camino
para ir al ágora y los seguía una gran multitud, miles. Y se pusieron
en pie muchos y
vigorosos jóvenes, se levantó Acroneo, y Ocíalo, y Elatreo,
y Nauteo, y Primneo, y
Anquíalo, y Eretmeo, y Ponteo, y Poreo, y Toón, y Anabesineo,
y Anfíalo, hijo de
Polineo Tectónida. Se levantó también Eurfalo, semejante
a Ares, funesto para los