Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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que lo desee.
Conque obra del modo siguiente, pues paréceme que eres discreto: quítate esos vestidos,
deja que la balsa sea arrastrada por los vientos, y trata de alcanzar nadando la tierra de los
feacios, donde es tu destino que te salves. Toma, extiende este velo inmortal bajo tu
pecho, y no temas padecer ni morir. Mas cuando alcances con tus manos tierra firme,
suéltalo enseguida y arrójalo al ponto rojo como el vino, muy lejos de tierra, y apártate
lejos.»
Cuando hubo hablado así la diosa, le dió el velo, y con presteza se sumergió en el
alborotado ponto, semejante a una gaviota, y una negra ola la ocultó. El divino Odiseo, el
sufridor, dio en cavilar y habló irritado a su magnánimo corazón: «¡Ay de mí! ¡No vaya a ser que alguno de los inmortales urde contra mí una trampa,
cuando me ordena abandonar la balsa! Mas no obedeceré, que yo vi a lo lejos con mis
propios ojos la tierra donde me dijo que tendría asilo. Más bien, pues me parece mejor,
obraré así: mientras los maderos sigan unidos por las ligazones permaneceré aquí y
aguantaré sufriendo males, pero una vez que las olas desencajen la balsa me pondré a
nadar, pues no se me alcanza prevision mejor.»
Mientras esto agitaba en su mente, y en su corazón, Poseidon, el que sacude la tierra,
levantó una gran ola, terrible y penosa, abovedada, y lo arrastró. Como el impetuoso
viento agita un montón de pajas secas que dispersa acá y allá, así dispersó los grandes
maderos de la balsa. Pero Odiseo montó en un madero como si cabalgase sobre potro de
carrera y se quitó los vestidos que le había dado la divina Calipso. Y al punto extendió el
velo por su pecho y púsose boca abajo en el mar, extendidos los brazos, ansioso de nadar.
Y el poderoso, el que sacude la tierra, lo vio, y moviendo la cabeza, habló a su ánimo:
. «Ahora que has padecido muchas calamidades vaga por el ponto hasta que llegues a
esos hombres vástagos de Zeus. Pero ni aun así creo que estimarás pequeña tu desgracia.»
Cuando hubo hablado así, fustigó a los caballos de hermosas crines y enfiló hacia Egas,
donde tiene ilustre morada.
Pero Atenea, la hija de Zeus decidió otra cosa: cerró el camino a todos los vientos y
mandó que todos cesaran y se calmaran; levantó al rápido Bóreas y quebró las olas hasta
que Odiseo, movido por Zeus, llegara a los feacios, amantes del remo, escapando a la
muerte y al destino. Así que anduvo éste a la deriva durante dos noches y dos días por las sólidas olas, y
muchas veces su corazón presintió la muerte. Pero cuando Eos, de lindas trenzas,
completó el tercer día, cesó el viento y se hizo la calma, y Odiseo vio cerca la tierra
oteando agudamente desde lo alto de una gran ola. Como cuando parece agradable a los
hijos la vida de un padre que yace enfermo entre grandes dolores, consumiéndose durante
mucho tiempo, pues le acomete un horrible demón y los dioses le libran felizmente del
mal, así de agradable le parecieron a Odiseo la tierra y el bosque, y nadaba apresurándose
por poner los pies en tierra firme. Pero cuando estaba a tal distancia que se le habría oído
al gritar, sintió el estrépito del mar en las rocas. Grandes olas rugían estrepitosamente al
romperse con estruendo contra tierra firme, y todo se cubría de espuma marina, pues no
había puertos, refugios de las naves, ni ensenadas, sino acantilados, rocas y escollos.
Entonces se aflojaron las rodillas y el corazón de Odiseo y decía afligido a su magnánimo
corazón:
«¡Ay de mí! Después que Zeus me ha concedido inesperadamente ver tierra y he
terminado de surcar este abismo, no encuentro por dónde salir del canoso mar. Afuera las
rocas son puntiagudas, y alrededor las olas se levantan estrepitosamente, y la roca se
yergue lisa y el mar es profundo en la orilla, sin que sea posible poner allí los pies y
escapar del mal. Temo que al salir me arrebate una gran ola y me lance contra pétrea
roca, y mi esfuerzo sería inútil. Y si sigo nadando más allá por si encuentro una playa
donde rompe el mar oblicuamente o un puerto marino, temo que la tempestad me arrebate
de nuevo y me lleve al ponto rico en peces mientras yo gimo profundamente, o una
divinidad lance contra mí un gran monstruo marino de los que cría a miles la ilustre
Anfitrite. Pues sé que el ilustre, el que sacude la tierra, está


 

 
 

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