y con estacas la echó al divino mar.
Era el cuarto día y ya tenía todo preparado. Y al quinto lo dejó
marchar de la isla la
divina Calipso después de lavarlo y ponerle ropas perfumadas. Entrególe
la diosa un odre
de negro vino, otro grande de agua y un saco de víveres, y le añadió
abundantes
golosinas. Y le envió un viento próspero y cálido.
Así que el divino Odiseo desplegó gozoso las velas al viento y
sentado gobernaba el
timón con habilidad. No caía el sueño sobre sus párpados
contemplando las Pléyades y el
Bootes, que se pone tarde, y la Osa, que llaman carro por sobrenombre, que gira
allí y
acecha a Orión y es la única privada de los baños de Océano.
Pues le había ordenado
Calipso, divina entre las diosas, que navegase teniéndola a la mano izquierda.
Navegó
durante diecisiete días atravesando el mar, y al decimoctavo aparecieron
los sombríos
montes del país de los feacios, por donde éste le quedaba más
cerca y parecía un escudo
sobre el brumoso ponto.
El poderoso, el que sacude la tierra, que volvía de junto a los etiopes,
lo vio de lejos,
desde los montes Sólymos, pues se le apareció surcando el mar.
Irritóse mucho en su
corazón, y moviendo la cabeza habló a su ánimo:
«¡Ay!, seguro que los dioses han cambiado de resolución respecto
a Odiseo mientras yo
estaba entre los etíopes, que ya está cerca de la tierra de los
feacios, donde es su destino
escapar del extremo de las calamidades que le llegan. Pero creo que aún
le han de
alcanzar bastantes desgracias.»
Cuando hubo hablado así, amontonó las nubes y agitó el
mar, sosteniendo el tridente
entre sus manos, e hizo levantarse grandes tempestades de vientos de todas clases,
y
ocultó con las nubes al mismo tiempo la tierra y el ponto. Y la noche
surgió del cielo.
Cayeron Euro y Noto, Céfiro de soplo violento y Bóreas que nace
en cielo despejado
levantando grandes olas. Entonces las rodillas y el corazón de Odiseo
desfallecieron, e
irritado dijo a su magnánimo espíritu:
«Ay de mí, desgraciado, ¿qué me sucederá por
fin ahora? Mucho temo que todo lo que
dijo la diosa sea verdad; me aseguró que sufriría desgracias en
el ponto antes de regresar
a mi patria, y ahora todo se está cumpliendo. ¡Con qué nubes
ha cerrado Zeus el vasto
cielo y agitado el ponto, y las tempestades de vientos de todas clases se lanzan
con
ímpetu!
«Seguro que ahora tendré una terrible muerte. ¡Felices tres
y cuatro veces los dánaos
que murieron en la vásta Troya por dar satisfacción a los Atridas!
Ojalá hubiera muerto
yo y me hubiera enfrentado con mi destino el día en que cantos troyanos
lanzaban contra
mí broncíneas lanzas alrededor del Pelida muerto! Allí
habría obtenido honores fúnebres
y los aqueos celebrarían mi gloria, pero ahora está determinado
que sea sorprendido por
una triste muerte.»
Cuando hubo dicho así, le alcanzó en lo más alto una gran
ola que cayó terriblemente y
sacudió la balsa. Odiseo se precipitó fuera de la balsa soltando
las manos del timón, y un
terrible huracán de mezclados vientos le rompió el mástil
por la mitad. Cayeron al mar,
lejos, la vela y la antena, y a él lo tuvo largo tiempo sumergido sin
poder salir con
presteza por el ímpetu de la ingente ola, pues le pesaban los vestidos
que le había dado la
divina Calipso.
A1 fin emergió mucho después y escupió de su boca la amarga
agua del mar que le caía
en abundancia, con ruido, desde la cabeza. Pero ni aun así se olvidó
de la balsa, aunque
estaba agotado, sino que lanzándose entre las olas se apoderó
de ella. El gran oleaje la
arrastraba con la corriente aquí y allá. Como cuando el otoñal
Bóreas arrastra por la
llanura los espinos y se enganchan espesos unos con otros, así los vientos
la llevaban por
el mar por aquí y por allá. Unas veces Noto la lanzaba a Bóreas
para que se la llevase, y
otras Euro la cedía a Céfiro para perseguirla.
Pero lo vio Ino Leucotea, la de hermosos tobillos, la hija de Cadmo que antes
era
mortal dotada de voz, mas ahora participaba del honor de los dioses en el fondo
del mar.
Compadecióse de Odiseo, que sufría pesares a la deriva, y emergió
volando del mar
semejante a una gaviota; se sentó sobre la balsa y le dijo:
«¡Desgraciado! ¿Por qué tan acerbamente se ha encolerizado
contigo Poseidón, el que
sacude la tierra, para sembrarte tantos males? No te destruirá por mucho