nos salvó y nos dio un gran remedio: colocó a cada uno debajo
de la nariz ambrosía que
despedía un muy agradable olor y acabó con la fetidez del monstruo.
Esperamos toda la
mañana con ánimo resignado y las focas salieron del mar apiñadas
y se tendieron en fila
sobre la ribera. El anciano salió del mar al mediodía y encontró
a las rollizas focas, pasó
revista a todas y contó el número. Nos contó los primeros
entre los monstruos, pero no se
percató su ánimo de que había engaño. A continuación
se acostó también él. Conque nos
lanzamos gritando y le echamos mano. El anciano no se olvidó de sus engañosas
artes, y
primero se convirtió en melenudo león, en dragón, en pantera,
en gran jabalí; también se
convirtió en fluida agua y en árbol de frondosa copa, mas nosotros
lo reteníamos con
fuerte coraje. Y cuando el artero anciano estaba ya fastidiado me preguntó
y me dijo:
"Quién de los dioses, hijo de Atreo, te aconsejó para que
me apresaras contra mi voluntad
tendiéndome emboscada? ¿Qué necesitas de mí?"
Así dijo, y yo le contesté y dije: "Sabes
anciano (¿por qué me dices esto intentando engañarme?)
que tiempo ha que estoy
retenido en esta isla sin poder hallar remedio y mi corazón se me consume
dentro. Pero
dime -puesto que los dioses lo saben todo- quién de los inmortales me
detiene y aparta de
mi camino y cómo llevaré a cabo el regreso a través del
ponto rico en peces." Así dije, y
al punto me contestó y dijo: "Debieras haber hecho al embarcar hermosos
sacrificios a
Zeus y a los demás dioses que poseen el ancho cielo para llegar a tu
patria navegando
sobre el ponto rojo como el vino. No creo que tu destino sea ver a los tuyos
y llegar a tu
bien edificada casa y a tu patria hasta que vuelvas a recorrer las aguas del
Egipto, río
nacido de Zeus y sacrifiques sagradas hecatombes a los dioses inmortales que
poseen el
ancho cielo. Entonces los dioses te concederán el camino que tanto deseas."
Así dijo y se
me conmovió el corazón, pues me mandaba ir de nuevo a Egipto a
través del ponto,
sombrío camino, largó y difícil. Pero aun así le
contesté y le dije: "Anciano, haré como
mandas. Pero, vamos, dime e infórmame con verdad si llegaron sanos y
salvos todos los
aqueos que Néstor y yo dejamos cuando partimos de Troya o murió
alguno de cruel
muerte en su nave o a manos de los suyos después de soportar la guerra
laboriosa." Así
dije, y él me contestó y dijo: "¡Atrida!, ¿por
qué me preguntas esto? No te es necesario
saberlo ni conocer mi pensamiento. Te aseguro que no estarás mucho tiempo
sin llanto
luego que te enteres de todo, pues muchos de ellos murieron y muchos han sobrevivido.
Sólo dos jefes de los aqueos que visten bronce murieron en el regreso
(pues tú mismo
asististe a la guerra); y uno que vive aún está retenido en el
vasto ponto. Ayante pereció
junto con sus naves de largos remos: primero lo arrimó Poseidón
a las grandes rocas de
Girea y lo salvó del mar, y habría escapado de la muerte, aunque
odiado de Atenea, si no
hubiera pronunciado una palabra orgullosa y se hubiera obcecado grandemente.
Dijo que
escaparía al gran abismo del mar contra la voluntad de los dioses. Poseidón
le oyó hablar
orgullosamente y a continuación, cogiendo con sus manos el tridente,
golpeó la roca
Girea y la dividió: una parte quedo allí, pero se desplomó
en el ponto el trozo sobre el
que Ayante, sentado desde el principio, había incurrido en gran cegazón;
y lo arrastró
hacia el inmenso y alborotado ponto. Así pereció después
de beber la salobre agua.
«"También tu hermano escapó a la maldición
de Zeus y huyó en las cóncavas naves,
pues lo salvó la venerable Hera. Mas cuando estaba a punto de llegar
al escarpado monte
de Malea, arrebatólo una tempestad que lo llevó gimiendo penosamente
por el ponto rico
en peces. hasta un extremo del campo donde en otro tiempo habitó Tiestes;
mas entonces
la habitaba Egisto, el hijo de Tiestes. Así que cuando, una vez allí,
le parecía feliz el
regreso y los dioses cambiaron el viento y llegaron a sus casas, entonces tu
hermano pisó
alegre su tierra patria: tocaba y besaba la tierra y le caían muchas
ardientes lágrimas
cuando contemplaba con júbilo su tierra. Pero lo vio desde una atalaya
el vigilante que
había puesto allí el tramposo Egisto (le había ofrecido
en recompensa dos talentos de
oro). Vigilaba éste desde hacía un año, para que no le
pasara inadvertido si llegaba y
recordara su impetuosa fuerza. Y marchó a palacio para dar la noticia