soplan favorables, los que conducen a la naves sobre el ancho lomo del mar.
Todos los
víveres y el vigor de mis hombres se habría acabado a no ser
que una de las diosas se
hubiera compadecido y sentido piedad de mí, Idoteas, la hija del valiente
Proteo, el
anciano de los mares, pues la conmovió el ánimo. Encontróse
conmigo cuando vagaba
solo lejos de mis compañeros (continuamente vagaban éstos por
la isla pescando con
curvos anzuelos, pues el hambre retorcía sus estómagos), y acercándose
me dijo estas
palabras: "¿Eres así de simple y atontado, forastero, o te
abandonas de buen grado y
gozas padeciendo males?, puesto que permaneces en la isla desde hace tiempo
sin poder
hallar remedio y se consume el ánimo de tus compañeros."
Así dijo, y yo le contesté: "Te
diré, quienquiera que seas de las diosas, que no estoy detenido de buen
grado; que debo
haber faltado a los inmortales que poseen el ancho cielo. Pero dime tú,
pues los dioses lo
saben todo, quién de ellos me detiene y aparta de mi camino, y cómo
llevaré a cabo el
regreso a través del ponto rico en peces." Así dije, y ella,
la divina entre las diosas, me
respondió luego: "Forastero, te voy a informar muy sinceramente.
Viene aquí con
frecuencia el veraz anciano del mar, el inmortal Proteo egipcio, que conoce
las
profundidades de todo el mar, siérvo de Poseidón y -dicen que
él me engendró y es mi
padre. Si tú pudieras apresarlo de alguna manera, poniéndote al
acecho, él lo diría el
camino, la extensión de la ruta y cómo llevarás a cabo
el regreso a través del ponto rico
en peces. Y también lo diría, vástago de Zeus, si es que
lo deseas, lo bueno y lo malo que
ha sucedido en tu palacio después que emprendiste este viaje largo y
difícil." Así dijo, y
yo le contesté y dije: "Sugiéreme tú misma una emboscada
contra el divino anciano a fin
de que no me rehúya si me conoce y se da cuenta de ante mano, pues es
difícil para un
hombre mortal sujetar a un dios." Así dije, y ella, la divina entre
las diosas, me respondió
luego: "Yo lo diré esto muy sinceramente. Cuando el sol va por el
centro del cielo, el
veraz anciano marino sale del mar con el soplo de Céfiro, oculto por
el negro
encrestamiento de las olas. Una vez fuera, se acuesta en honda gruta y a su
alrededor
duermen apiñadas las focas, descendientes de la hermosa Halosidne, que
salen del canoso
mar exhalando el amargo olor de las profundidades marinas. Yo lo conduciré
allí al
despuntar la aurora, lo acostaré enseguida y escogerás a tres
compañeros, a los mejores
de tus naves de buenos bancos. Te diré todas las argucias de este anciano:
primero
contará y pasará revista a las focas y cuando las haya contado
y visto todas, se acostará en
medio de ellas como el pastor de un rebaño de ovejas. Tan pronto como
lo veáis
durmiendo, poned a prueba vuestra fuerza y vigor y retenedlo allí mismo,
aunque trate de
huir ansioso y precipitado. Intentará tornarse en todos los reptiles
que hay sobre la tierra,
así como en agua y en violento fuego. Pero vosotros retenedlo con firmeza
y apretad más
fuerte. Y cuando él lo pregunte, volviendo a mostrarse tal como lo visteis
durmiendo,
abstente de la violencia y suelta al anciano. Y pregúntale cuál
de los dioses lo maltrata y
cómo llevarás a cabo el regreso a través del ponto rico
en peces."
Habiendo hablado así, se sumergió en el ponto alborotado y yo
marché hacia las naves
que se encontraban en la arena. Y mientras caminaba, mi corazón agitaba
muchos
pensamientos. Pero una vez que llegué a las naves y al mar, preparamos
la cena y se nos
vino la divina noche. Entonces nos acostamos en la ribera del mar.
«Tan pronto como apuntó la que nace de la mañana, la de
dedos de rosa, me marché
luego a la orilla del mar, el de anchos caminos, suplicando mucho a los dioses.
Y llevé
tres compañeros en los que más fiaba para empresas de toda suerte.
«Entre tanto, Idotea, que se había sumergido en el ancho seno
del mar, sacó cuatro
pieles de foca del ponto, todas ellas recién desolladas, pues había
ideado un engaño
contra su padre: había cavado hoyos en la arena del mar y se sentó
para esperar. Nosotros
llegamos muy cerca de ella, nos acostó en fila y echó sobre cada
uno una piel. La
emboscada era angustiosa, pues nos atormentaba terriblemente el mortífero
olor de las
focas criadas en el mar. Pues ¿quién se acostaría junto
a un monstruo marino? Pero ella