al pastor de su
pueblo. Y enseguida Egisto tramó una engañosa trampa: eligiendo
los veinte mejores
hombres entre el pueblo, los puso en emboscada y luego mandó preparar
un banquete en
otra parte, y marchó a llamar a Agamenón, pastor de su pueblo,
con caballos y carros
meditando obras indignas. Condújolo, desconocedor de su muerte, y mientras
lo
agasajaba lo mató como se mata a un buey en el pesebre. No quedó
vivo ninguno de los
compañeros del Atrida que lo acompañaban, ni ninguno de Egisto,
que todos fueron
muertos en el palacio."
«Así dijo, y se me conmovió el corazón; lloraba sentado
en la arena, y mi corazón no
quería vivir ya ni ver la luz del sol. Y después que me harté
de llorar y agitarme me dijo
el veraz anciano del mar: "No llores, hijo de Atreo, mucho tiempo y sin
cesar, puesto que
así no hallaremos ningún remedio. Conque trata de volver a tu
patria rápidamente, pues o
lo encontrarás aún vivo o bien Orestes lo habrá matado
adelantándose y tú puedes estar
presente a sus funerales." Así dijo, y mi corazón y ánimo
valeroso se caldearon de nuevo
en mi pecho, aunque estaba afligido. Y le hablé y le dije aladas palabras:
"De éstos ya sé
ahora. Nómbrame, pues, al tercer hombre, el que, aún vivo, está
retenido en el vasto
ponto o está ya muerto. Pues aunque afligido quiero oírlo."
Así le dije, y él al punto me
contestó y me dijo: "El hijo de Laertes que habita en Itaca. Lo
vi en una isla derramando
abundante llanto, en el palacio de la ninfa Calipso, que lo retiene por la fuerza.
No puede
regresar a su tierra, pues no tiene naves provistas de remos ni compañeros
que lo
acompañen por el ancho lomo del mar. Respecto a ti, Menelao, vástago
de Zeus, no está
determinado por los dioses que mueras en Argos, criadora de caballos, enfrentándote
con
tu destino, sino que los inmortales lo enviarán a la llanura Elisia,
al extremo de la tierra,
donde está el rubio Radamanto. Allí la vida de los hombres es
más cómoda, no hay
nevadas y el invierno no es largo; tampoco hay lluvias, sino que Océano
deja siempre
paso a los soplos de Céfiro que sopla sonoramente para refrescar a los
hombres. Porque
tienes por esposa a Helena y para ellos eres yerno de Zeus."
«Y hablando así, se sumergió en el alborotado ponto. Yo
enfilé hacia las naves con mis
divinos compañeros, y mientras caminaba, mi corazón agitaba muchas
cosas; y luego que
llegamos a la nave y al mar, preparamos la cena y se nos echó encima
la divina noche; así
que nos acostamos en la ribera del mar.
«Y cuando apareció Eos, la que nace de la mañana, la de
dedos de rosa, en primer lugar
lanzamos al mar divino las naves y colocamos los mástiles y velas en
las proporcionadas
naves y todos se fueron a sentar en los bancos; y sentados en fila, batían
el canoso mar
con los remos.
«Detuve las naves en el Egipto, río nacido de Zeus, e hice perfectas
hecatombes. Y
cuando había puesto fin a la cólera de los dioses que existen
siempre, levanté un túmulo a
Agamenón para que su gloria sea inextinguible.
«Acabado esto, partí, y los inmortales me concedieron viento favorable
y rápidamente
me devolvieron a mi tierra. Pero, vamos, permanece ahora en mi palacio, hasta
que llegue
el undécimo o el duodécimo día. Entonces te despediré
y te daré como espléndidos
regalos tres caballos y un carro bien trabajado; también te daré
una hermosa copa para
que hagas libaciones a los dioses inmortales y te acuerdes de mí todos
los días.»
Y a su vez, Telémaco le contestó discretamente:
«¡Atrida!, no me retengas aquí durante mucho tiempo, pues
yo permanecería un año
junto a ti sin que me atenazara la nostalgia de mi casa ni de mis padres, que
me cumple
sobremanera escuchar tus relatos y palabras. Pero ya mis compañeros estarán
disgustados
en la divina Pilos y tú me retienes aquí hace tiempo. Que el regalo
que me des sea un
objeto que se pueda conservar. Los caballos no los llevaré a Itaca, te
los dejaré aquí como
ornato, pues tú reinas en una llanura vasta en la que hay mucho loto,
juncia, trigo, espelta
y blanca cebada que cría el campo. En Itaca no hay recorridos extensos
ni prado; es tierra
criadora de cabras y más encantadora que la criadora de caballos. Pues
ninguna de las
islas que se reclinan sobre el mar es apta para el paso de caballos ni rica
en prados, a Itaca
menos que ninguna.»