comunidad, pues las del saqueo de las ciudades están repartidas, y no
es conveniente
obligar a los hombres a que nuevamente las junten. Entrega ahora esa joven al
dios, y los
aqueos te pagaremos el triple o el cuádruple, si Zeus nos permite algún
día tomar la bien
murada ciudad de Troya.
130 Y, contestándole, el rey Agamenón le dijo:
131 Aunque seas valiente, deiforme Aquiles, no ocultes así tu pensamiento,
pues no
podrás burlarme ni persuadirme. ¿Acaso quieres, para conservar
tu recompensa, que me
quede sin la mía, y por esto me aconsejas que la devuelva? Pues, si los
magnánimos
aqueos me dan otra conforme a mi deseo para que sea equivalente... Y si no me
la dieren,
yo mismo me apoderaré de la tuya o de la de Ayante, o me llevaré
la de Ulises, y montará
en cólera aquél a quien me llegue. Mas sobre esto deliberaremos
otro día. Ahora, ea,
echemos una negra nave al mar divino, reunamos los convenientes remeros,
embarquemos víctimas para una hecatombe y a la misma Criseide, la de
hermosas
mejillas, y sea capitán cualquiera de los jefes: Ayante, Idomeneo, el
divino Ulises o tú,
Pelida, el más portentoso de todos los hombres, para que nos aplaques
con sacrificios al
que hiere de lejos.
148 Mirándolo con torva faz, exclamó Aquiles, el de los pies ligeros:
149 -¡Ah, impudente y codicioso! ¿Cómo puede estar dispuesto
a obedecer tus órdenes
ni un aqueo siquiera, para emprender la marcha o para combatir valerosamente
con otros
hombres? No he venido a pelear obligado por los belicosos troyanos, pues en
nada se me
hicieron culpables -no se llevaron nunca mis vacas ni mis caballos, ni destruyeron
jamás
la cosecha en la fértil Ftía, criadora de hombres, porque muchas
umbrías montañas y el
ruidoso mar nos separan-, sino que te seguimos a ti, grandísimo insolente,
para darte el
gusto de vengaros de los troyanos a Menelao y a ti, ojos de perro. No fijás
en esto la
atención, ni por ello te tomas ningún cuidado, y aun me amenazas
con quitarme la
recompensa que por mis grandes fatigas me dieron los aqueos. Jamás el
botín que
obtengo iguala al tuyo cuando éstos entran a saco una populosa ciudad
de los troyanos:
aunque la parte más pesada de la impetuosa guerra la sostienen mis manos,
tu
recompensa, al hacerse el reparto, es mucho mayor; y yo vuelvo a mis naves,
teniéndola
pequeña, aunque grata, después de haberme cansado en el combate.
Ahora me iré a Ftía,
pues lo mejor es regresar a la patria en las cóncavas naves: no pienso
permanecer aquí sin
honra para procurarte ganancia y riqueza.
172 Contestó en seguida el rey de hombres, Agamenón:
173 -Huye, pues, si tu ánimo a ello te incita; no te ruego que por mí
te quedes; otros hay
a mi lado que me honrarán, y especialmente el próvido Zeus. Me
eres más odioso que
ningún otro de los reyes, alumnos de Zeus, porque siempre te han gustado
las riñas,
luchas y peleas. Si es grande tu fuerza, un dios te la dio. Vete a la patria,
llevándote las
naves y los compañeros, y reina sobre los mirmidones, no me importa que
estés irritado,
ni por ello me preocupo, pero te haré una amenaza: Puesto que Febo Apolo
me quita a
Criseide, la mandaré en mi nave con mis amigos; y encaminándome
yo mismo a tu
tienda, me llevaré a Briseide, la de hermosas mejillas, tu recompensa,
para que sepas bien
cuánto más poderoso soy y otro tema decir que es mi igual y compararse
conmigo.
188 Así dijo. Acongojóse el Pelida, y dentro del velludo pecho
su corazón discurrió dos
cosas: o, desnudando la aguda espada que llevaba junto al muslo, abrirse paso
y matar al
Atrida, o calmar su cólera y reprimir su furor. Mientras tales pensamientos
revolvía en su
mente y en su corazón y sacaba de la vaina la gran espada, vino Atenea
del cielo: envióla
Hera, la diosa de los níveos brazos, que amaba cordialmente a entrambos
y por ellos se
interesaba. Púsose detrás del Pelida y le tiró de la blonda
cabellera, apareciéndose a él tan
sólo; de los demás, ninguno la veía. Aquiles, sorprendido,
volvióse y al instante conoció a
Palas Atenea, cuyos ojos centelleaban de un modo terrible. Y hablando con ella,
pronunció estas aladas palabras:
202-¿Por qué nuevamente, oh hija de Zeus, que lleva la égida,
has venido? ¿Acaso para
presenciar el ultraje que me infiere Agamenón Atrida? Pues te diré
lo que me figuro que
va a ocurrir: Por su insolencia perderá pronto la vida.
206 Díjole a su vez Atenea, la diosa de ojos de lechuza:
207-Vengo del cielo para apaciguar tu cólera, si obedecieres; y me envía
