a animar con mi palabra a todos los compañeros, no fuera que alguien
se me escapara por
miedo. Y cuando en breve la estaca estaba a punto de arder en el fuego, verde
como
estaba, y .resplandecía terriblemente, me acerqué y la saqué
del fuego, y mis compañeros
me rodearon, pues sin duda un demón les infundiá gran valor. Tomaron
la aguda estaca
de olivo y se la clavaron arriba en el ojo, y yo hacía fuerza desde arriba
y le daba vueltas.
Como cuando un hombre taladra con un trépano la madera destinada a un
navío -otros
abajo la atan a ambos lados con una correa y la madera gira continua, incesantemente-,
así hacíamos dar vueltas, bien asida, a la estaca de punta de
fuego en el ojo del Cíclope, y
la sangre corría por la estaca caliente. Al arder la pupila, el soplo
del fuego le quemó
todos los párpados, y las cejas y las raíces crepitaban por el
fuego. Como cuando un
herrero sumerge una gran hacha o una garlopa en agua fría para templarla
y ésta estride
grandemente -pues éste es el poder del hierro-, así estridía
su ojo en torno a la estaca de
olivo. Y lanzó un gemido grande, horroroso, y la piedra retumbó
en torno, y nosotros nos
echamos a huir aterrorizados.
«Entonces se extrajo del ojo la estaca empapada en sangre y, enloquecido,
la arrojó de
sí con las manos. Y al punto se puso a llamar a grandes voces a los Cíclopes
que
habitaban en derredor suyo, en cuevas por las ventiscosas cumbres. Al oír
éstos sus
gritos, venían cada uno de un sitio y se colocaron alrededor de su cueva
y le preguntaron
qué le afligía:
«"¿Qué cosa tan grande sufres, Polifemo, para gritar
de esa manera en la noche
inmortal y hacernos abandonar el sueño? ¿Es que alguno de los
mortales se lleva tus
rebaños contra tu voluntad o te está matando alguien con engaño
o con sus fuerzas?"
«Y les contestó desde la cueva el poderoso Polifemo:
«"Amigos, Nadie me mata con engaño y no con sus propias fuerzas."
«Y ellos le contestaron y le dijeron aladas palabras:
«"Pues si nadie te ataca y estás solo... es imposible escapar
de la enfermedad del gran
Zeus, pero al menos suplica a tu padre Poseidón, al soberano."
«Así dijeron, y se marcharon. Y mi corazón rompió
a reír: ¡cómo los había engañado
mi nombre y mi inteligencia irreprochable!
«El Cíclope gemía y se retorcía de dolor, y palpando
con las manos retiró la piedra de
la entrada. Y se sentó a la puerta, las manos extendidas, por si pillaba
a alguien saliendo
afuera entre las ovejas. ¡Tan estúpido pensaba en su mente que
era yo! Entonces me puse
a deliberar cómo saldrían mejor las cosas -¡si encontrará
el medio de liberar a mis
compañeros y a mí mismo de la muerte..! Y me puse a entretejer
toda clase de engaños y
planes, ya que se trataba de mi propia vida . Pues un gran mal estaba cercano.
Y me
pareció la mejor ésta decisión: los carneros estaban bien
alimentádos, con densos
vellones, hermosos y grandes, y tenían una lana color violeta. Conque
los até en silencio,
juntándolos de tres en tres, con mimbres bien trenzadas sobre las que
dormía el Cíclope,
el monstruo de pensamientos impíos; el carnero del medio llevaba a un
hombre, y los
otros dos marchaban a cada lado, salvando a mis compañeros. Tres carneros
llevaban a
cada hombre.
»Entonces yo... había un carnero; el mejor con mucho de todo su
rebaño. Me apoderé
de éste por el lomo y me coloqué bajo su velludo vientre hecho
un ovillo, y me mantenía
con ánimo paciente agarrado con mis manos a su divino vellón.
Así aguardamos
gimiendo a Eos divina, y cuando se mostró la que nace de la mañana,
la de dedos de rosa,
sacó a pastar a los machos de su ganado. Y las hembras balaban por los
corrales sin
ordeñar, pues sus ubres rebosaban. Su dueño, abatido por funestos
dolores, tentaba el
lomo de todos sus carneros, que se mantenían rectos. El inocente no se
daba cuenta de
que mis compañeros estaban sujetos bajo el pecho de las lanudas ovejas.
El último del
rebaño en salir fue el carnero cargado con su lana y conmigo, que pensaba
muchas cosas.
El poderoso Polifemo lo palpó y se dirigió a él:
«"Carnero amigo, ¿por qué me sales de la cueva el último
del rebaño? Antes jamás
marchabas detrás de las ovejas, sino que, a grandes pasos, llegabas el
primero a pastar las
tiernas flores del prado y llegabas el primero a las corrientes de los ríos
y el primero
deseabas llegar al establo por la tarde. Ahora en cambio, eres el último
de todos. Sin duda