regresáramos, y que sacáramos luego de los establos cabritillos
y corderos y,
conduciéndolos a la rápida nave, diéramos velar sobre el
agua salada. Pero yo no les hice
caso -aunque hubiera sido más ventajoso-, para poder ver al monstruo
y por si me daba
los dones de hospitalidad. Pero su aparición no iba a ser deseable para
mis compañeros.
«Así que, encendiendo una fogata, hicimos un sacrificio, repartimos
quesos, los
comimos y aguardamos sentados dentro de la cueva hasta que llegó conduciendo
el
rebaño. Traía el Cíclope una pesada carga de leña
seca para su comida y la tiró dentro con
gran ruido. Nosotros nos arrojamos atemorizados al fondo de la cueva, y él
a
continuación introdujo sus gordos rebaños, todos cuantos solía
ordeñar, y a los machos -a
los carneros y cabrones- los dejó a la puerta, fuera del profundo establo.
Después levantó
una gran roca y la colocó arriba, tan pesada que no la habrían
levantado del suelo ni
veintidós buenos carros de cuatro ruedas: ¡tan enorme piedra colocó
sobre la puerta!
Sentóse luego a ordeñar las ovejas y las baladoras cabras, cada
una en su momento, y
debajo de cada una colocó un recental. Enseguida puso a cuajar la mitad
de la blanca
leche en cestas bien entretejidas y la otra mitad la colocó en cubos,
para beber cuando
comiera y le sirviera de adición al banquete.
Cuando hubo realizado todo su trabajo prendió fuego, y al vernos nos
preguntó:
«"Forasteros, ¿quiénes sois? ¿De dónde
venís navegando los húmedos senderos?
¿Andáis errantes por algún asunto, o sin rumbo como los
piratas por la mar, los que
andan a la aventura exponiendo sus vidas y llevando la destrucción a
los de otras
tierras?.
«Así habló, y nuestro corazón se estremeció
por miedo a su voz insoportable y a él
mismo, al gigante. Pero le contesté con mi palabra y le dije:
«Somos aqueos y hemos venido errantes desde Troya, zarandeados por toda
clase de
vientos sobre el gran abismo del mar, desviados por otro rumbo, por otros caminos,
aunque nos dirigimos de vuelta a casa. Así quiso Zeus proyectarlo. Nos
preciamos de
pertenecer al ejército del Atrida Agamenón, cuya fama es la más
grande bajo el cielo:
¡tan gran ciudad ha devastado y tantos hombres ha hecho sucumbir! Conque
hemos dado
contigo y nos hemos llegado a tus rodillas por si nos ofreces hospitalidad y
nos das un
regalo, como es costumbre entre los huéspedes. Ten respeto, excelente,
a los dioses;
somos tus suplicantes y Zeus es el vengador de los suplicantes y de los huéspedes,
Zeus
Hospitalario, quien acompaña a los huéspedes, a quienes se debe
respeto."
«Así hablé, y él me contestó con corazón
cruel:
«"Eres estúpido, forastero, o vienes de lejos, tú que
me ordenas temer o respetar a los
dioses, pues los Ciclopes no se cuidan de Zeus, portador de égida, ni
de los dioses felices.
Pues somos mucho más fuertes. No te perdonaría ni a ti ni a tus
compañeros, si el ánimo
no me lo ordenara, por evitar la enemistad de Zeus.
«"Pero dime dónde has detenido tu bien fabricada nave al
venir, si al final de la playa o
aquí cerca, para que lo sepa."
«Así habló para probarme, y a mí, que sé mucho,
no me pasó esto desapercibido. Así
que me dirigí a él con palabras engañosas:
«"La nave me la ha destrozado Poseidón, el que conmueve la
tierra; la ha lanzado
contra los escollos en los confines de vuestro país, conduciéndola
hasta un promontorio,
y el viento la arrastró del ponto. Por ello he escapado junto con éstos
de la dolorosa
muerte."
«Así hablé, y él no me contestó nada con corazón
cruel, mas lanzóse y echó mano a mis
compañeros. Agarró a dos a la vez y los golpeó contra el
suelo como a cachorrillos, y sus
sesos se a esparcieron por el suelo empapando la tierra. Cortó en trozos
sus miembros, se
los preparó como cena y se los comió, como un león montaraz,
sin dejar ni sus entrañas
ni sus carnes ni sus huesos llenos de meollo.
«Nosotros elevamos llorando nuestras manos a Zeus, pues veíamos
acciones malvadas,
y la desesperación se apoderó de nuestro ánimo.
«Cuando el Cíclope había llenado su enorme vientre de carne
humana y leche no
mezclada, se tumbó dentro de la cueva, tendiéndose entre los rebaños.
Entonces yo tomé
la decisión en mi magnánimo corazón de acercarme a éste,
sacar la aguda espada de junto