Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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a comer y beber.
También a mí me hace olvidar todos los males, que he padecido; y me ordena llenarlo. «Vosotros, en cuanto apunte la aurora, apresuraos a dejarme a mí, desgraciado, en mi
tierra patria, a pesar de lo que he sufrido. Que me abandone la vida una vez que haya
visto mi hacienda, mis siervos y mi gran morada de elevado techo.»
Así dijo; todos aprobaron sus palabras y aconsejaban dar escolta al forastero, ya que
había hablado como le correspondía.
Una vez que hicieron las libaciones y bebieron cuanto su ánimo quiso, cada uno marchó
a su casa para acostarse. Así que quedó sólo en el mégaron el divino Odiseo y a su lado
se sentaron Arete y Alcínoo, semejante a un dios. Las siervas se llevaron los útiles del
banquete.
Y Arete, de blancos brazos, comenzó a hablar, pues, al verlos, reconoció el manto, la
túnica y los hermosos ropajes que ella misma había tejido con sus siervas. Y le habló y le
dijo aladas palabras:
«Huésped, seré yo la primera en preguntarte: ¿quién eres?, ¿de dónde vienes?, ¿quién te
dio esos vestidos?, ¿no dices que has llegado aquí después de andar errante por el
ponto?»
Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo: Es doloroso, reina, que enumere uno a uno mis padecimientos, que los dioses celestes
me han otorgado muchos. Pero con todo te contestaré a lo que me preguntas a inquieres.
Lejos, en el mar, está la isla de Ogigia, donde vive la hija de Atlante, la engañosa Calipso
de lindas trenzas, terrible diosa; ninguno de los dioses ni de los hombres mortales tienen
trato con ella. Sólo a mí, desventurado, me llevó como huésped un demón después que
Zeus, empujando mi rápida nave, la incendió con un brillante rayo en medio del ponto
rojo como el vino. Todos mis demás valientes compañeros perecieron, pero yo, abrazado
a la quilla de mi curvada nave, aguanté durante nueve días; y al décimo, en negra noche,
los dioses me echaron a la isla Ogigia, donde habita Calipso de lindas trenzas, la terrible
diosa que acogiéndome gentilmente me alimentaba y no dejaba de decir que me haría
inmortal y libre de vejez para siempre; pero no logró convencer a mi corazón dentro del
pecho. Allí permanecí, no obstante, siete años regando sin cesar con mis lágrimas las
inmortales ropas que me había dado Calipso. Pero cuando por fin cumplió su curso el año
octavo, me apremió e incitó a que partiera ya sea por mensaje de Zeus o quizá porque ella
misma cambió de opinión. Despidióme en una bien trabada balsa y me proporcionó
abundante pan y dulce vino, me vistió inmortales ropas y me envió un viento próspero y
cálido.
Diecisiete días navegué por el ponto, hasta que el decimoctavo aparecieron las sombrías
montañas de vuestras tierras. Conque se me alegró el corazón, ¡desdichado de mí!, pues aún había de verme envuelto en la incesante aflición que me proporcionó Poseidón, el
que sacude la tierra, quien impulsando los vientos me cerró el camino, sacudió el mar
infinito y el oleaje no permitía que yo, mientras gemía incesamente, avanzara en mi
balsa; después la destruyó la tempestad. Fue entonces cuando surqué nadando el abismo
hastá que el viento y el agua me acercaron a vuestra tierra; y cuando trataba de alcanzar
la orilla, habríame arrojado violentamente el oleaje contra las grandes rocas, en lugar
funesto; pero retrocedí de nuevo nadando, hasta que llegué al río, allí donde me pareció el
mejor lugar, limpio de piedras y al abrigo del viento. Me dejé caer allí para recobrar el
aliento y se me echó encima la noche divina. Alejéme del río nacido de Zeus y entre los
matorrales acomodé mi lecho amontonando alrededor muchas hojas; y un dios me vertió
profundo sueño. Allí, entre las hojas, dormí con el corazón afligido toda la noche, la
aurora y hasta el mediodía. Se ponía el Sol cuando me abandonó el dulce sueño. Vi
jugando en la orilla a las siervas de tu hija; y ella era semejante a las diosas. Le supliqué y
no estuvo ayuna de buen juicio, como no se podría esperar que obrara una joven que se
encuentra con alguien. Pues con frecuencia los jóvenes son sandios. Me entregó pan
suficiente y oscuro vino, me lavó en el río y me proporcionó esta ropa. Aun estando
apesadumbrado te he contado toda la verdad.»
Y le respondió Alcínoo y dijo:


 

 
 

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