pero ahora es
semejante a los dioses, los que poseen el amplio cielo. ¡Ojalá
semejante varón fuera
llamado esposo mío habitando aquí y le cumpliera permanecer con
nosotros! Vamos,
siervas, dad al huésped comida y bebida.»
Así dijo; ellas la escucharon y al punto realizaron sus deseos: pusieron
comida y bebida
junto a Odiseo y verdad es que comía y bebía con voracidad el
sufridor, el divino Odiseo,
pues durante largo tiempo estuvo ayuno de comida.
De pronto Nausícaa, de blancos brazos, cambió de parecer. Después
de haber plegado
sus vestidos los colocó en el hermoso carro, unció las mulas de
fuertes cascos y ascendió
ella misma. Animó a Odiseo, le llamó por su nombre y le dirigió
su palabra:
«Forastero, levántate ahora para ir a la ciudad y para que yo te
acompañe a casa de mi
prudente padre, donde te aseguro que verás a los más excelentes
de todos los feacios.
Pero ahora cuidate de obrar así -ya que no me pareces insensato-: mientras
vayamos por
los campos y las labores de los hombres, marcha presto con las sirvientas tras
las mulas y
el carro y yo seré guía. Pero cuando subamos a la ciudad... a
ésta la rodea una elevada
muralla; hay un hermoso puerto a ambos lados de la ciudad y es estrecha la entrada,
y las
curvadas naves son arrastradas por el camino, pues todos ellos tienen refugios
para sus
naves. También tienen en torno al hermoso templo de Poseidón el
ágora construida con
piedras gigantescas que hunden sus raíces en la tierra. Aquí se
ocupan los hombres de los
aparejos de sus negras naves, cables y velas, y aquí afilan sus remos.
Pues los feacios no
se ocupan de arco y carcaj, sino de mástiles y remos, y de proporcionadas
naves con las
que recorren orgullosos el canoso mar. De éstos quiero evitar el amargo
comentario, no
sea que alguno murmure por detrás, pues muchos son los soberbios en el
pueblo, y quizá
alguno, el más vil, diga al salirnos al encuentro: "¿Quién
es este hermoso y apuesto
forastero que sigue a Nausícaa?, ¿dónde lo encontró?
Quizá llegue a ser su esposo, o
quizá es algún navegante al que, errante en su nave, le dio hospitalidad,
de los hombres
que viven lejos, ya que nadie vive cerca de aquí. O quizá un dios
le ha bajado del cielo
tras invocarlo y lo va a tener con ella para siempre. Mejor si ha encontrado
por ahí un
esposo de fuera, pues desdeña a los demás feacios en el pueblo,
aunque son muchos y
nobles los que la pretenden." Así dirán, y para mí
estas palabras serán odiosas. Pero yo
también me indignaría con otra que hiciera cosas semejantes contra
la voluntad de su
padre y de su madre y se uniera con hombres antes que celebre público
matrimonio.
«Conque, forastero, haz caso de mi palabra para que consigas pronto de
mi padre
escolta y regreso.
«Encontrarás un espléndido bosque de Atenea junto al camino,
de álamos negros; allí
mana una fuente y alrededor hay un prado; allí está el cercado
de mi padre y la florida
viña, tan cerca de la ciudad que se oye al gritar. Espera un poco allí
sentado para que
nosotras alcancemos la ciudad y lleguemos a casa de mi padre, y cuando supongas
que
hemos llegado al palacio, disponte entonces a marchar a la ciudad de los feacios
y
pregunta por la casa de mi padre, el magnánimo Alcínoo. Es fácilmente
reconocible y
hasta un niño pequeño te puede conducir, pues no es nada semejante
a las casas de los
demás feacios: ¡tal es el palacio del héroe Alcínoo!
Y una vez que te cobijen la casa y el
patio, cruza rápidamente el mégaron para llegar hasta mi madre;
ella está sentada en el
hogar a la luz del fuego, hilando copos purpúreos -¡una maravilla
para verlos!- apoyada
en la columna. Y sus esclavas se sientan detrás de ella. Allí
también está el trono de mi
padre apoyado contra la columna, en el que se sienta a beber su vino como un
dios
inmortal. Pásalo de largo y arrójate a abrazar con tus manos las
rodillas de mi madre, a
fin de que consigas pronto el día del regreso, para tu felicidad, aunque
seas de lejana
tierra. Pues si ella te guarda sentimientos amigos en su corazón, podrás
cumplir el deseo
de ver a los tuyos, tu bien construida casa y tu tierra patria.»
Hablando así golpeó con su brillante látigo a las mulas
y éstas abandonaron veloces las
corrientes del río: trotaban muy bien y cruzaban bien las patas. Y ella
llevaba las riendas
para que pudieran seguirle a pie las sirvientas y Odiseo; así es que