descuartizaron enseguida, le cortaron las piernas según el rito, las
cubrieron con grasa por
ambos lados, haciéndolo en dos capas y pusieron sobre ellas la carne
cruda. Entonces el
anciano las quemó sobre la leña y por encima vertió rojo
vino mientras los jóvenes cerca
de él sostenían en sus manos tenedores de cinco puntas.
Después que las piernas se habían consumido por completo y que
habían gustado las
entrañas cortaron el resto en, pequeños trozos, lo ensartaron
y lo asaron sosteniendo los
puntiagudos tenedores en sus manos.
Entre tanto, la linda Policasta lavaba a Telémaco, la más joven
hija de Néstor, el hijo de
Neleo. Después que lo hubo lavado y ungido con aceite le rodeó
el cuerpo con una túnica
y un manto. Salió Telémaco del baño, su cuerpo semejante
a los inmortales, y fue a
sentarse al lado de Néstor, pastor de su pueblo. Luego que la parte superior
de la carne
estuvo asada, la sacaron y se sentaron a comer, y unos jóvenes nobles
se levantaron para
escanciar el vino en copas de oro.
Después que arrojaron de sí el deseo de comida y bebida, comenzó
a hablarles el de
Gerenia, el caballero Néstor:
«Hijos míos, vamos, traed a Telémaco caballos de hermosas
crines y enganchadlos al
carro para que prosiga con rapidez su viaje.»
Así habló, y ellos le escucharon y le hicieron caso, y con diligencia
engancharon al
carro ligeros corceles. Y la mujer, la ama de llaves, le preparó vino
y provisiones como
las que comen los reyes a los que alimenta Zeus.
Enseguida ascendió Telémaco al hermoso carro, y a su lado subió
el hijo de Néstor,
Pisístrato, el caudillo de guerreros. Empuñó las riendas
y restalló el látigo para que
partieran, y los dos caballos se lanzaron de buena gana a la llanura abandonando
la
elevada ciudad de Pilos. Durante todo el día agitaron el yugo sosteniéndolo
por ambos
lados.
Y Helios se sumergió y todos los caminos se llenaron de sombras cuando
llegaron a
Feras, al palacio de Diocles, el hijo de Ortíloco a quien Alfeo había
engendrado. Allí
durmieron aquella noche, pues él les ofreció hospitalidad.
Y se mostró Eos, la que nace de la mañana, la de dedos de rosa;
engancharon los
caballos, subieron al bien trabajado carro y salieron del pórtico y de
la resonante galería.
Restalló Pisístrato el látigo para que partieran, y los
dos caballos se lanzaron de buena
gana, y llegaron a la llanura, a la que produce trigo, poniendo término
a su viaje: ¡de tal
manera lo llevaban los veloces caballos!
Y se sumergió Helios y todos los caminos se llenaron de sombras.
CANTO IV
TELÉMACO VIAJA A ESPARTA
PARA INFORMASE SOBRE SU PADRE
Llegaron éstos a la cóncava y cavernosa Lacedemonia y se encaminaron
al palacio del
ilustre Menelao. Lo encontraron con numerosos allegados, celebrando con un banquete
la
boda de su hijo e ilustre hija. A su hija iba a enviarla al hijo de Aquiles,
el que rompe las
filas enemigas; que en Troya se la ofreció por vez primera y prometió
entregarla, y los
dioses iban a llevarles a término las bodas. Mandábale ir con
caballos y carros a la muy
ilustre ciudad de los mirmidones, sobre los cuales reinaba aquél. A su
hijo le entregaba
como esposa la hija de Alector, procedente de Esparta. El vigoroso Megapentes,
su hijo,
le había nacido muy querido de una esclava, que los dioses ya no dieron
un hijo a Helena
luego que le hubo nacido el primer hijo la deseada Hermione, que poseía
la hermosura de
la dorada Afrodita.
Conque se deleitaban y celebraban banquetes en el gran palacio de techo elevado
los
vecinos y parientes del ilustre Menelao; un divino aedo les cantaba tocando
la cítara, y
dos volatineros giraban en medio de ellos, dando comienzo a la danza.
Y los dos jóvenes, el héroe Telémaco y el ilustre hijo
de Néstor se detuvieron y
detuvieron los caballos a la puerta del palacio. Violos el noble Eteoneo cuando
salía, ágil
servidor del ilustre Menelao, y echó a andar por el palacio para comunicárselo
al pastor
de su pueblo. Y poniéndose junto a él le dijo aladas palabras:
«Hay dos forasteros, Menelao, vástago de Zeus, dos mozos semejantes
al linaje del
gran Zeus. Dime si desenganchamos sus rápidos caballos o les mandamos
que vayan a
casa de otro que los reciba amistosamente.»
Y el rubio Menelao le dijo muy irritado:
«Antes no eras tan simple, Eteoneo, hijo de Boeto, mas ahora dices sandeces
corno un