Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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aves de agüero-: ya no estará mucho tiempo lejos de su tierra patria, ni aunque lo
retengan ligaduras de hierro. Él pensará cómo volver, que es rico en recursos.
«Pero, vamos, dime -e infórmame con verdad- si tú, tan grande ya, eres hijo del mismo
Odiseo. Te pareces a aquél asombrosamente en la cabeza y los lindos ojos; que muy a
menudo nos reuníamos antes de embarcar él para Troya, donde otros argivos, los
mejores, embarcaron en las cóncavas naves. Desde entonces no he visto a Odiseo, ni él a
mí.»
Y Telémaco le contestó discretamente:
«Desde luego, huésped, te voy a hablar sinceramente. Mi madre asegura que soy hijo de
él; yo, en cambio, no lo sé; que jamás conoció nadie por sí mismo su propia estirpe.
¡Ojalá fuera yo el hijo dichoso de un hombre al que alcanzara la vejez en medio de sus
posesiones! Sin embargo, se ha convertido en el más desdichado de los mortales hombres
aquél de quien dicen que yo soy hijo, ya que me lo preguntas.»
Y Atenea, de ojos brillantes, se dirigió a él:
Seguro que los dioses no te han dado linaje sin nombre, puesto que Penélope te ha
engendrado tal como eres. Conque, vamos, dime esto -e infórmame con verdad-: ¿qué
banquete, qué reunión es ésta y que necesidad tienes de ella? ¿Se trata de un convite o de
una boda?, porque seguro que no es una comida a escote: ¡tan irrespetuosos me parece
que comen en el palacio, más de lo conveniente! Se irritaría viendo tantas torpezas
cualquier hombre con sentido común que viniera.»
Y Telémaco le contestó discretamente:
«Huésped, puesto que me preguntas esto a inquieres, este palacio fue en otro tiempo
seguramente rico a irreprochable mientras aquel hombre estaba todavía en casa. Pero
ahora los dioses han decidido otra cosa maquinando desgracias; lo han hecho ilocalizable
más que al resto de los hombres. No me lamentaría yo tanto por él aunque estuviera
muerto, si hubiera sucumbido entre sus compañeros en el pueblo de los troyanos o entre
los brazos de los suyos, una vez que hubo cumplido la odiosa tarea de la guerra. En este
caso le habría construido una tumba el ejército panaqueo y habría cosechado para el
futuro un gran renombre para su hijo. Sin embargo, las Harpías se lo han llevado sin
gloria; se ha marchado sin que nadie lo viera, sin que nadie le oyera, y a mí sólo me ha
legado dolores y lágrimas.
«Pero no solo lloro y me lamento por aquél; que los dioses me han proporcionado otras
malas preocupaciones, pues cuantos nobles reinan sobre las islas -Duliquio, Same y la
boscosa Zantez - y cuantos son poderosos en la escarpada Itaca pretenden a mi madre y
arruinan mi casa. Ella ni se niega al odioso matrimonio ni es capaz de ponerles coto, y
ellos arruinan mi hacienda comiéndosela. Luego acabarán incluso conmigo mismo.»
Y le contestó, irritada, Palas Atenea:
«¡Ay, ay, mucha falta te hace ya el ausente Odiseo!; que pusiera él sus manos sobre los
desvergonzados pretendientes. Pues si ahora, ya de regreso, estuviera en pie ante el
pórtico del palacio sosteniendo su hacha, su escudo y sus dos lanzas tal como yo le vi por
primera vez en nuestro palacio bebiendo y gozando del banquete recién llegado de Efira, del palacio de Mermérida... (había marchado allí Odiseo en rápida nave para buscar
veneno homicida con que untar sus broncíneas flechas. Aquél no se lo dió, pues veneraba
a los dioses que viven siempre, pero se lo entregó mi padre, pues lo amaba en exceso).
¡Con tal atuendo se enfrentara Odiseo con los pretendientes! Corto el destino de todos
sería y amargas sus nupcias. Pero está en las rodillas de los dioses si tomará venganza en
su palacio al volver o no.
«En cuanto a ti, te ordeno que pienses la manera de echar del palacio a los
pretendientes. Conque, vamos, escúchame y presta atención a mis palabras: convoca
mañana en asamblea a los héroes aqueos y hazles a todos manifiesta tu palabra; y que los
dioses sean testigos. Ordena a los pretendientes que se dispersen a sus casas, y a tu
madre.., si su deseo la impulsa a casarse, que vuelva al palacio de su poderoso padre; le
prepararán unas nupcias y le dispondrán una dote abundante, cuanta es natural que
acompañe a una hija querida.
«A ti, sin embargo, te voy a aconsejar sagazmente, por si quieres obedecerme: bota una


 

 
 

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