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LITERATURA LATINA - Epoca de Cicerón (88-42 A. DE J. C.)
LOS POETAS
La atelana y el mimo, manifestaciones teatrales que suplantaron a la comedia togata,
asumieron en esta época formas literarias, según dejamos indicado en el apartado anterior.
Poemas de carácter épico hubo muchos, y en lo que toca a la didáctica sabemos que Cicerón
tradujo los Fenómenos y los Pronósticos de Arato, y que César narró en un breve poema su
viaje a España con ocasión de la guerra contra los pompeyanos.
Pero esta clase de poesía sería para nosotros letra muerta de no habérsenos conservado el
gran poema De la naturaleza, obra de TITO LUCRECIO CARO (99?-55 a. de J. C.). Una
antigua tradición nos presenta a su autor escribiendo el De rerum natura en los intervalos
lúcidos que le dejaban sus frecuentes accesos de locura, causada por un filtro amoroso, lo
cual probablemente no pasa de ser una leyenda posterior, porque, como dice Gabriel
Méndez Plancarte, "si algo llama poderosamente la atención en su poema, es cabalmente -
junto a la vigorosa pero sobria imaginación -la férrea e implacable lógica con que Lucrecio
lleva la doctrina de Epicuro hasta las más tremendas y desoladoras consecuencias, sin
asustarse ni retroceder ante ellas". Más verosímil parece, en cambio, la afirmación de San
Jerónimo tocante al suicidio de nuestro poeta. Sea como fuere, lo cierto es que Lucrecio se
mantuvo apartado de toda intervención en los negocios públicos, y consagró su vida a la
difícil tarea de exponer en verso las teorías del citado filósofo griego. El poema De la
naturaleza se reparte en seis libros, que tratan del origen de los seres, de la naturaleza del
hombre, del mundo exterior y de los fenómenos naturales. El propósito de su autor es
combatir la superstición religiosa y librar al ser humano del miedo a la muerte. Los dioses
para nada intervienen en la vida de los mortales. La muerte es el término de todos los
sufrimientos, el eterno descanso, el más tranquilo sueño. Nada hay más allá de ella, porque
el alma es mortal y perece con el cuerpo. Pero la materia, formada de átomos más o menos
sutiles, que, obedientes a unas mismas leyes, se agitan sin cesar en el vacío infinito,
formando y desarrollando los diversos seres, es eterna. Sólo a costa de contentarse con poco
y de renunciar a forjarse vanas ilusiones, puede el hombre conseguir y conservar la
serenidad de espíritu y la felicidad. Más que los pasajes estrictamente filosóficos, en que es
de admirar la habilidad con que se exponen ideas tan abstrusas, atraen en el poema de
Lucrecio los episodios, magníficos trozos de poesía imperecedera: el sacrificio de Ifigenia y el
verdear de la tierra después de las lluvias fecundas, en el libro I; la angustia de la vaca
abandonada, que afanosamente busca a su novillo, en el II; la sobrecogedora descripción de
la peste de Atenas, en el VI, etc. Casi todos los libros llevan, a manera de pórtico, un
magnífico elogio de Epicuro. 
Perdidas las obras de Valerio Catón, autor de breves poemas eróticos y mitológicos, la
tendencia alejandrina de los "poetxnovi" se halla representada por las composiciones de
CAYO VALERIO CATULO (82?-54 a. de J. C.), que usó en ellas metros variadísimos e
introdujo algunos, como la estrofa sáfica, en la poesía latina. De los 116 carmina de Catulo,
muchos se refieren a sus amores, particularmente con Lesbia (la famosa Clodia, mujer de
Quinto Metelo Celer y hermana mayor del demagogo Clodio, acérrimo enemigo de Cicerón);
otros son virulentos epigramas contra sus enemigos (p. ej. César) o elegías llenas de
delicadeza.
Menos original y espontáneo se muestra Catulo en sus poemas extensos: Atys, Bodas de
Tetis y Peleo, La cabellera de Berenice, etc.