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LITERATURA ESPAÑOLA - Siglo XVI: plenitud renacentista
Con el reinado de Carlos V (1516-1556), nieto de los Reyes Católicos, se consolida la
hegemonía española. La política europea, concebida por Fernando V, culmina en la
coronación del nieto como emperador de Alemania. La Cruzada africana iniciada por Isabel
la Católica y Cisneros, se prolonga en la toma de Orán y de Túnez y en las rivalidades y
guerras con Solimán, emperador de los turcos. A la era de los descubrimientos sigue la de
exploración y conquista del Nuevo Mundo, que terminan, en pocos años, Cortés, Pizarro y
los demás conquistadores. España, a pesar de sus poderosos rivales -Francia, Inglaterra, el
mismo Papado- maneja las riendas de la política universal durante casi todo el siglo XVI,
hasta que en los últimos años del reinado de Felipe II, con el fracaso de la Armada Invencible
enviada por el rey contra Inglaterra en 1588, empieza la caída del poderío español, preludio
de una larga decadencia.
Los sucesos de toda esta época, decisiva para la cultura española y para la europea, no
pueden ser resumidos aquí. Nos interesa sólo lo literario. Conviene, sin embargo, recordar
que al asumir España la dirección de los asuntos europeos las circunstancias históricas
presentan una conexión estrechísima con los fenómenos espirituales.
Las direcciones del país, tanto las políticas como las espirituales o artísticas, vienen marcadas
desde el período anterior: unidad nacional, fervor religioso, humanismo, busca de la belleza
bajo la sugestión de las ideas neoplatónicas, nuevo sentido vital, individualismo artístico
frente al colectivismo de la Edad Media. Esas direcciones se siguen en lo esencial durante un
largo tiempo, mientras la visión del mundo creada por el Renacimiento continúa su
evolución. Pero nuevos factores de suma trascendencia van a determinar desviaciones
importantes. Europa entra, como consecuencia en gran parte de las ideas renacentistas, en
un proceso de diversificación de la cultura, frente a la universalidad de la Edad Media. Ante
este fenómeno, el de mayor alcance sin duda en los comienzos de la época moderna, España
adopta una actitud peculiar y, en cierto modo, paradójica. Por un lado presenta una cohesión
nacional superior a la de ningún otro pueblo europeo; por otro, se empeña en salvar,
vivificándolas con la savia humanista, las concepciones morales y universalistas del
medioevo. Extremo nacionalismo basado en la absoluta unidad ideológica y extrema
catolicidad o catolicismo. Son la levadura del alma española al entrar en su edad dorada.
Los comienzos del siglo XVI se dibujan llenos de posibilidades en los diversos campos de la
actividad humana. España se abre a todos los vientos de la universalidad y está próxima a
realizar su ideal de armonizar las nuevas ideas con el legado espiritual del pasado. Mas al
realizarse con la Reforma protestante la escisión definitiva de la conciencia religiosa europea
-primer paso hacia una definitiva separación de intereses nacionales-, España entra en un
trance difícil que en gran medida determina de una manera fatal todo su posterior recorrido
histórico.
El aire de universalidad de los primeros cuarenta años del siglo, del que son encarnación
perfecta algunos erasmistas -poetas como Garcilaso, pensadores como Luis Vives y Francisco
de Vitoria-, cede a la necesidad de apretar en un haz las energías espirituales. Al ambiente de
libertad humanística sucede la vigilancia por la pureza de la fe. Los pocos protestantes que
hay en España salen del país, el movimiento erasmista se apaga y Felipe II, al prohibir que
los españoles estudien en universidades extranjeras y la importación de libros sospechosos,
establece el aislamiento del espíritu español. España se acoraza en su ortodoxia. En un
principio ese encerrarse dentro de sí misma más bien parece acrecentar su fuerza creativa. El
ímpetu adquirido desde el momento de su unidad nacional con los Reyes Católicos da
todavía a España victorias resonantes y sobre todo se traduce en realizaciones artísticas y
literarias, que, en conjunto, dan a la literatura española una superioridad indiscutible, entre
1550 y 1650.
Mas, a la larga, la falta de comunicación con el mundo debía llevar a España al agotamiento.
Es lo que ocurrió, en efecto. Primero, debilidad política y económica. Luego, decadencia
espiritual.
Después del concilio de Trento dos ideales dominan la espiritualidad española y saturan sus
formas artísticas: el ideal de perfección religiosa y el ideal nacional, fundidos en el
acatamiento a la monarquía católica, personificada en los reyes de la casa de Austria. Juntos
los vemos en la poesía de Herrera y fray Luis de León, en el teatro de Lope de Vega y
Calderón. Durante la segunda mitad del siglo XVI, sobre todo el misticismo o su fenómeno
correlativo -idealismo estético e idealismo de la acción-, dan el tono y un aire casi irreal
envuelve a la vida española. El español parece vivir en una capa intermedia de la atmósfera,
entre la tierra y el cielo. Es la atmósfera alucinada de los cuadros del Greco. Después, al
entrar el siglo XVII, la preocupación por la decadencia política y económica, unida a la crisis
de los valores humanísticos, se manifiesta en una literatura crítica, pesimista, cuya nota
espiritual es el desengaño, según vemos en la picaresca, en los últimos escritores ascéticos y
en la sátira de Quevedo. Paralelamente, se exagera el idealismo estético de la época
precedente. Exageración cuyas manifestaciones extremas encontramos en la poesía de
Góngora, en el teatro de Calderón y en la prosa de los culteranos.
Debe aclararse que la España del siglo XVI, al dar preeminencia a los religiosos y nacionales,
no rechaza los ideales humanísticos del Renacimiento, ni ve incompatibilidad entre unos y
otros. Al contrario, el cuidado de la forma, la glorificación poética de la naturaleza y del
sentimiento individual, el platonismo y otras direcciones del humanismo saturan la
literatura española. Si sus productos son distintos de los que encontramos en otras
literaturas es debido a que el humanismo se impregna del genio peculiar de lo español,
pierde el sentido predominantemente pagano que tiene en Italia y se yuxtapone al fondo de
medievalismo que continúa vivo en España. El no entender esto ha sido la causa de las
torcidas interpretaciones de la cultura española. Lo que la España de la Contrarreforma
rechaza, separándose de casi todo el resto de la Europa moderna, incluso de países católicos
como Francia e Italia, es el libre examen de los protestantes y el naturalismo científico de
algunos humanistas italianos. En una palabra, rechaza lo incompatible con la ortodoxia.
Cuando el espíritu libre del artista o del pensador entran en conflicto con la fe católica es
necesario plegar dentro de los moldes del dogma la idea peligrosa. Sólo en los campos de la
forma o de la ilusión se siente el escritor enteramente libre. En ellos se expresa, sobre todo, el
alma española en estos momentos cumbres. El hecho de que en la cultura occidental hayan
dominado en los cuatro últimos siglos concepciones opuestas no debe cegarnos para la
apreciación de la pura belleza y de las creaciones que en el terreno del conocimiento del
hombre realiza el arte español. No se trata, en último término, de concepciones superiores o
inferiores, sino distintas.