LITERATURA ESPAÑOLA - Siglo XVI: Didáctica, humanismo, erasmismo y mística
LOS MISTICOS
FRAY LUIS DE LEON: POETA Y HUMANISTA
Activo, y dotado de un sentimiento directo de la realidad del mundo como el resto de los
místicos españoles, fray Luis de León (1528-1591) es entre ellos el escritor de temperamento
intelectual por excelencia, en quien idea y forma, cultura y vida, humanismo y religión,
percepción de la belleza y austera concepción moral se funden indisolublemente. De ahí que
los críticos más autorizados -Menéndez Pelayo, Unamuno, Federico de Onís, A. F. G. Bell,
Dámaso Alonso -hayan visto encarnada en su figura la máxima armonía a que en su
madurez llega el Renacimiento español.
Nació en Belmonte, provincia de Cuenca, en Castilla la Nueva. A los catorce años fue a
Salamanca, donde ingresó en la Orden de San Agustín y donde pasó la mayor parte de su
vida. Se dedicó al estudio de la Sagrada Escritura, de la Teología y de los clásicos. Fue en la
Universidad salmantina discípulo de Melchor Cano y de Domingo de Soto, y más tarde uno
de sus profesores más famosos. Como muchos otros místicos, tuvo conflictos con la
Inquisición y las autoridades eclesiásticas. En su caso el conflicto se tradujo en controversias
universitarias hasta que, acusado por sus enemigos de preferir el texto hebreo de la Biblia al
de la Vulgata (traducción latina hecha por San Jerónimo, reconocida como la más autorizada
por la Iglesia) y de haber hecho una traducción castellana del Cantar de los Cantares, sufrió
un proceso inquisitorial y estuvo en la cárcel durante cinco años. Los últimos años de la vida
de fray Luis fueron al parecer más tranquilos; hasta que, después de haber llegado a ser
provincial de su orden, murió en Madrid en 1591.
En su obra se aúnan la tradición del cristianismo medieval y la tradición castellana, la
hebraica de la Biblia y la clásica. Esta última en varias direcciones: Platón en las ideas, el
estoicismo en la moral; Virgilio y Horacio en la poesía, además de lo neoclásico italiano
absorbido directamente y a través de Garcilaso. Importante es también la influencia que en
su compleja formación dejó el carácter de su orden, que es estrictamente intelectual, pero en
la que, por reflejo de San Agustín, su fundador, el intelectualismo conserva un sentido
platónico místico y contemplativo, a diferencia del intelectualismo raciocinante de los
escolásticos dominicos, discípulos de Santo Tomás. Fueron éstos, los dominicos, quienes
encabezaban el partido de los enemigos de fray Luis en la Universidad.
La combinación de tan diversas tendencias explica la armonía de su espíritu, siempre
presente tanto en las ideas y actitudes como en el estilo. El lenguaje de fray Luis es modelo
de supremo equilibrio. La lengua popular, de la que hizo el mejor elogio en uno de los
prólogos a Los nombres de Cristo, la lengua que, según dice allí, "maman con la leche los
niños y hablan en la plaza las vendedoras" se ennoblece, concierta y matiza con la gravedad
del asunto y con todas las sutilezas de la lengua culta. Y ésta, aprendida en las mejores
fuentes, al traducir pasajes de la Biblia, de los grandes clásicos, cobra vida en su pluma. El
resultado es un estilo único, preciso y luminoso, poético y natural al mismo tiempo.
En la obra de fray Luis la poesía y la prosa no forman dos mundos separados. Son
únicamente dos manifestaciones distintas de un mismo espíritu, de idénticos anhelos.
Sus poesías originales son pocas. No pasan de cuarenta. El resto de su producción poética
está formada por traducciones de fragmentos bíblicos -veinte salmos y algunos capítulos del
Libro de Job-; de poetas clásicos -Virgilio, Horacio, Píndaro, Tibulo-; y de algunas canciones
o sonetos de Petrarca y Bembo. En el verso de fray Luis se advierten vestigios de estos poetas
traducidos por él, a quienes sin duda tomó por maestros. Pero vestigios asimilados en una
expresión y un acento personalísimos, como nacidos de un alma profunda de poeta. El
mundo poético de fray Luis, sobrio y concentrado, presenta unidad inconfundible, centrada
en varios sentimientos cardinales: soledad; retiro íntimo en comunión con la naturaleza;
contemplación del orden natural -huerto, otoño, noche-; y a través de esa contemplación,
escape de la realidad; anhelo de paz y elevación hasta que llega a sentir la armonía del
universo, creación y reflexión de la armonía divina, en consonancia con la serenidad de su
propia alma. Así, el poeta horaciano (separación del mundo) y el virgiliano (percepción de la
belleza natural sensible) van integrándose con el meditador platónico. Por su platonismo
fecundado por la fe religiosa, fray Luis, que no es místico experimental en la acepción
estricta de la palabra -como lo es Santa Teresa, por ejemplo-, llega, sin embargo, a estados de
contemplación muy semejantes a los del verdadero misticismo.
De acuerdo con esta escala de sentimientos y temas dominantes, podemos ordenar las
poesías de fray Luis en varios planos coordinados: 1. Plano horaciano, caracterizado por el
ansia de retiro y el deseo de olvido de los combates del mundo, partiendo del sentimiento
directo de la naturaleza: Vida retirada, Al apartamiento, Al otoño. 2. Plano platónico-
pitagórico, caracterizado por la vocación contemplativa, el sentimiento de la armonía del
mundo y la visión del orden universal: Noche serena, A Felipe Ruiz ("Cuando será que
pueda"), A Francisco de Salinas, oda en la que acaso culmina el anhelo contemplativo del
poeta, su sentimiento de la belleza pura. 3. Plano místico religioso: Morada del cielo, En la
Ascensión.
Hay otras poesías de inspiración moral: A Felipe Ruiz, sobre la avaricia, Contra un juez
avaro; de tema patriótico y acento bíblico: Profecía del Tajo, A Santiago; de tema
enteramente profano: De la Magdalena, Las sirenas de Cherinto.
Todas las poesías participan de su lirismo inconfundible y en todas la serenidad es resultado
de un contenido palpitar humano; la imaginación está siempre sometida al espíritu y sirve
de auxiliar, no de guía, a la voluntad de conocimiento; y la sabiduría, humanizada por el
sentimiento, cae rara vez en lo didáctico. Es esa serenidad, conseguida a fuerza de combates
y de elevación, la clave de la grandeza de fray Luis y de la gran atracción de su poesía,
segura, eterna, profunda y sencilla, cuyo valor está por encima de las variaciones del gusto.
Podrá haber momentos en que prefiera, de acuerdo con las modas imperantes, a otros poetas
-Garcilaso, Lope, Góngora-; pero el lirismo de fray Luis como el de Jorge Manrique halla
siempre eco en el alma del lector.
Su prosa participa de los mismos caracteres y refleja más ampliamente la doctrina, el
sentimiento y el espíritu que vemos concentrado en su obra lírica. Más importante por su
valor ideológico, mucho más rica en el estilo, no ha alcanzado, sin embargo, la difusión de su
poesía. Parte de la prosa es también traducción de libros de la Biblia. Entre las obras
originales, la fundamental es Los nombres de Cristo, diálogo a la manera platónica, en el que
tres interlocutores discurren, en la paz del huerto conventual, acerca del contenido y
significación de los nombres que se dan a Jesucristo en la Sagrada Escritura. Es un tratado de
filosofía religiosa, de teología, de mística. Un compendio de las ideas de fray Luis sobre Dios,
la naturaleza, el hombre y la sociedad. En sus páginas asoma el espíritu humanístico y
humano de fray Luis, inflamado de justicia, de sentimiento, de comprensión. Hay pasajes de
ardorosa poesía; y otros de gran belleza descriptiva. Es, en fin, según opinión general, una
de las obras más bellas de la prosa castellana. Pero su lectura no es fácil; requiere para gozar
de su estilo o penetrar en su doctrina -síntesis del saber humanístico y teológico-, lectura
lenta, reposada.
Después de Los nombres de Cristo, la más conocida de las obras en prosa de fray Luis es La
perfecta casada, libro encantador por su naturalidad, por su penetración psicológica del
alma femenina, por la sabiduría humana de sus consejos, inspirados en Salomón, y por lo
vivo de muchas descripciones de las costumbres de su tiempo.