LITERATURA ESPAÑOLA - Siglo XVIII: Reforma, Enciclopedia y Neoclasicismo
LA REACCION EN FAVOR DE LA LITERATURA NACIONAL Y DE LA CULTURA
ESPAÑOLA. EL TEATRO NACIONAL
A la cabeza de los defensores del teatro nacional en la segunda mitad del siglo
se Sitúa
VICENTE GARCIA DE LA HUERTA
(1734-1787) que en su Raquel logra españolizar la
tragedia neoclásica al fundir su estilo y espíritu con el de la comedia heroica del Siglo de Oro.
La obra de Huerta, elevada, emocionante, versificada con brío, se inspiraba en un tema de la
tradición nacional -los amores de Alfonso VIII con la judía Raquel- dramatizado ya por
Diamante. Tuvo un éxito sin reservas y aunque la crítica arremetió con ferocidad contra su
autor, no logró destruir el hecho paradójico de que sea esta tragedia y no otras más fieles a
las normas del neoclasicismo y del buen gusto la única que sobrevive entre otras infinitas
que se escribieron en este tiempo.
Publicó además Huerta, varios años después, una colección de diecisiete volúmenes de
comedias españolas titula-lada el Theatro Hespañol (1785-86), a la que precedió su ensayo La
escena española defendida, ataque violento contra todos los detractores del drama nacional.
De un españolismo más eficaz todavía que el de Huerta fue la obra de su coetáneo don
RAMON DE LA CRUZ (1731-1794), restaurador del teatro cómico. Lo que la musa heroica
del autor de Raquel consiguió sólo a medias lo realizó plenamente la musa popular
madrileña del autor de Las castañeras picadas, El fandango del candil, La pradera de San
Isidro, La Petra y la Juana y otros numerosos sainetes hasta cerca de trescientos, en los que
cobra nueva vida la escena española.
Siguió don Ramón de la Cruz la tradición del teatro breve, a la manera de los "pasos" de
Lope de Rueda y de Cervantes o Quiñones de Benavente; pero el valor de sus sainetes no se
debe tanto a haber resucitado un género, como al acierto en llevar a las tablas una notable
galería de tipos que representan con verdad las costumbres y el carácter de la sociedad
madrileña de la época: abates, cortejos, petimetres, majos, majas, chisperos, madamas, gentes
de la clase media, de la aristocracia, de todos los oficios y capas sociales, hablan, se mueven
y gesticulan con pintoresca animación.
Los cuadros dramáticos de don Ramón de la Cruz tienen el colorido alegre y la gracia entre
desgarrada y elegante de algunos tapices de Goya, artista éste, desde luego, mucho más
intenso.
Hoy, este cuadro interesa sobre todo como documento de época y como ejemplo de un
lenguaje popular que aún conserva parte de su expresividad.
En el aspecto crítico y moralizador, del que no podía escaparse un hombre del siglo XVIII,
satiriza con tino la insulsez de la clase media y el afrancesamiento de la aristocracia, o
parodia con sal en El Manolo el pomposo estilo de la tragedia. Con todo, el acierto mayor de
don Ramón de la Cruz, antecesor de los mejores autores del género chico, es haber tenido la
intuición de que el pueblo era la única clase que conservaba vivos a su manera muchos de
los rasgos admirables del carácter caballeresco español que estaban siendo abandonados por
las clases altas.