LITERATURA ESPAÑOLA - Siglo XVII: el Barroco y la decadencia
LA POESIA DEL BARROCO
GONGORA Y EL GONGORISMO. - En el centro de todos los aspectos apuntados se define
ya en los primeros años del siglo el movimiento poético más típico de la época, el cultismo o
culteranismo, conocido más comúnmente con el nombre de gongorismo, derivado del de
don Luis de Góngora y Argote (1561-1627),
que fue, si no enteramente su iniciador, sí su
poeta más extraordinario.
La personalidad de Góngora presenta ciertas cualidades distintivas que pueden explicar en
parte su orientación estética y esteticista. Nació en Córdoba, patria de Lucano, poeta
hispano-latino del siglo primero, y de Juan de Mena, máximos representantes ambos de la
poesía más culta de sus respectivas épocas. Estudió en Salamanca y fue clérigo de órdenes
menores. Su formación es
sin embargo, más humanística que religiosa. A diferencia de la
mayoría de sus contemporáneos, ni la religión ni el amor ocupan gran lugar en su vida o en
su poesía. Sólo un sentimiento parece haber arraigado en su alma, el sentimiento de la
belleza. Lope o Quevedo se sumergen con vehemencia en la vida nacional. Góngora se
consagra por entero a la poesía (no cultivó ningún otro género salvo algunas breves piezas
dramáticas) y al goce de ciertos placeres honestos. "Vive a lo grande -afirma Miguel Artigas,
su mejor biógrafo moderno- con coches, criados, atento siempre al decoro de su persona y de
su linaje, frecuentando el trato y la amistad de la más alta nobleza". Debió de ser orgulloso y
sólo hizo partícipe de su poesía a un grupo selecto de humanistas o poetas. A pesar de ello,
mordaz e ingenioso, no le importa descender al nivel bajo de la procacidad para defenderse
con agudeza y terrible intención de los ataques que le dirigen sus enemigos literarios al
frente de los cuales figuran Lope y Quevedo. Lope, Góngora, Quevedo, ¡qué tres plumas,
qué tres ingenios para el torneo de invectivas que -hábito común en las costumbres literarias
de la época- mantienen los escritores) Pero en lo fundamental, Góngora es, sobre todo, un
escritor aristocrático, de minorías escogidas, desdeñoso de la popularidad. Se parece en esto
a Baltasar Gracián, el maestro del conceptismo.
Es ya un lugar común de la historia literaria separar la obra poética de Góngora en dos
mitades rigurosamente diferenciadas. A un lado, las letrillas de
inspiración popular y los
romances -moriscos, amorosos, pastoriles, caballerescos. De otro, su obra cultista, iniciada en
1610 con la Oda a la toma de Larache y continuada con el acrecentamiento constante de la
oscuridad estilística en las Soledades y La fábula de Polifemo y Galatea (1613) y la Fábula de
Piramo y Tisbe (1618). Equidistantes entre ambos aspectos podrían situarse sus numerosos
sonetos y odas de estilo clásico, en los que aún no se advierte un cultismo demasiado
excesivo.
Para el Góngora de la primera manera, la crítica, desde la de sus coetáneos, sólo ha tenido
elogios. Aun en los momentos de mayor antigongorismo nadie pone en duda la belleza de
letrillas como Las flores de romero, Lloraba la niña, No son todos ruiseñores, Aprended
flores de mí; o de sus romances: En los pinares del rey, Amarrado al duro banco, Aquel rayo
de la guerra, Servía en Orán al rey, En un pastoral albergue, En los pinares del Júcar, Según
vuelan por el agua, etc. Son muestras exquisitas del estilo popular artístico, cuya gracia
tradicional se refina en Góngora con el arte de un poeta extraordinariamente dotado para
expresar la hermosura. Dentro de este género, sólo Lope, más llano, rivaliza con él.
Otra vena poética en la que pocos le igualan es la burlesca. Sin la amargura de Quevedo,
tiene todo su desenfado en composiciones como Ande yo caliente, Hermana Marica, Ahora
que estoy despacio o Murmuraban los rocinos, como tampoco es fácil hallar quien le
sobrepase en la ternura de sus sonetos y canciones de tradición ítalo-renacentista, ya
enteramente españolizada en el siglo XVIII.
El Góngora de estas modalidades aludidas ha sido siempre considerado como uno de los
grandes líricos españoles. Para el Góngora de las Soledades o el Polifemo, en cambio, la
generalidad de la crítica sólo ha tenido censuras y reproches. Su estilo suscitó ya
inmediatamente la oposición de sus contemporáneos y el campo de los poetas de la época se
escindió pronto en gongoristas y antigongoristas. Lope, Jáuregui, y otros muchos le atacaron
sin descanso y el comentarista Cascales en sus Cartas filosóficas proclama la absoluta
ininteligibilidad de su poesía y abrió el camino para la división tradicional entre los dos
Góngoras, con sus conocidos epítetos "príncipe de luz" y "príncipe de las tinieblas".
En las dos Soledades (las únicas que escribió de las cuatro que proyectaba, inspiradas en las
estaciones del año), Góngora cuenta una historia perfectamente inteligible: el naufragio de
un joven que se había embarcado huyendo de los desdenes de su amada; llega a tierra y es
acogido por unos cabreros,
continúa sus andanzas, encuentra a un
grupo de serranos y
serranas; más tarde, en la Soledad segunda, a unos pescadores, para terminar asistiendo a
una partida de caza. En sus diferentes encuentros reposa algún tiempo entre sus acogedores.
Y esto sirve a Góngora para describir la vida campestre en sus diferentes aspectos o para
narrar diversos episodios o para que los personajes, a la manera de la novela pastoril, canten
o lamenten sus
amores. Temas todos ellos frecuentes en
la literatura del seiscientos. Lo
extraordinario de la obra no es su contenido novelesco, sino la exaltación de la belleza
natural mediante ciertos procedimientos
estilísticos: riqueza de imágenes y metáforas,
acumulación de efectos plásticos y
sonoros -brillo, luz, materia, cantos, rumores, etc.;
abundancia de cultismos y
neologismos; uso de alusiones mitológicas, históricas y
geográficas y, por último,
abuso de transposiciones gramaticales, de
figuras retóricas y de
una sintaxis complicadísima, imitada del latín y el griego, que es la causa principal de la
oscuridad gongorina.
Por el metaforismo, sobre todo, el mundo real se transforma en algo esencialmente poético.
Véanse algunos ejemplos: la pluma en nácar o alabastro; el agua en cristal o corriente de
plata; el ave en nieve volante o cítara de pluma; el arrullo de las palomas en trompas de
amor; las flechas en áspides volantes, etc. Idéntico estilo tienen sus fábulas de asunto
mitológico, el Polifemo y Píramo y Tisbe.
En resumen, es la poesía de Góngora difícil, pero no ininteligible, aunque su lectura requiere
un esfuerzo indudable. Faltan en ella los elementos que hacen comunicable la poesía para el
lector medio: emoción, ideas, realidad y lógica gramatical. Es ante todo poesía ornamental
sostenida sobre una espiritualidad de carácter tan absolutamente esteticista que su goce sólo
se alcanza tras una larga dedicación al culto de la pura belleza. Como otros poetas en esta
época de crisis se entregaron a extremos apasionados de exaltación del espíritu despreciando
el mundo real, Góngora se entrega a la exaltación estética de la realidad, del mundo natural.
En este sentido nos parece exacta la apreciación de Pedro Salinas, cuando dice que el poeta
de las Soledades "se apasiona por la substancia de la realidad material... y exalta el poder de
la materia.... Es el místico de la realidad material".
Sus discípulos e imitadores fueron legión y extremaron, como ocurrió en otros géneros
literarios, los defectos, si tales eran, del maestro. Hay entre ellos, sin embargo, poetas de gran
finura como Gabriel de Bocángel, Francisco Trillo y Figueroa, Salvador jacinto Polo de
Medina o el conde de Villamediana. Entre los poetas influidos por Góngora se cita también a
la gran poetisa mexicana sor Juana Inés de la Cruz, una de las glorias de las letras de
América.