LITERATURA ESPAÑOLA - El Renacimiento: época de los Reyes Católicos
LA POESIA POPULAR Y EL ROMANCERO
En la poesía también se producen, a fines del siglo XV, cambios importantes.
Los humanistas, músicos y poetas, gentes refinadas por las ideas del Renacimiento,
empiezan a interesarse por la lírica tradicional, conservada en los cantares y romances del
pueblo, a los que no hacía muchos años había aludido desdeñosamente el marqués de
Santillana, árbitro del buen gusto en su tiempo, al decir en su Proemio al Condestable de
Portugal que eran ínfimos poetas "aquellos que sin ningún orden, regla ni cuento facen estos
cantares y romances de que las gentes de baja e servil condición se alegran."
El interés por esta poesía popular, anónima y cantada, se manifiesta ahora en un doble
movimiento: el de preservación y el de utilizar letra y música con propósitos artísticos.
Empiezan a recogerse cantares y romances en los Cancioneros, el de Fernández de
Constantina (principios del siglo XVI); el Cancionero General de Hernando del Castillo
(1511); el de Herberay; o el Cancionero musical de los siglos XVI y XVII, editado en 1890 por
Francisco Asenjo Barbieri. Entre tanto, músicos como Juan de Ancheta, maestro de la Capilla
Real, escriben sus composiciones sobre motivos populares y los poetas los estilizan con su
técnica trovadoresca en glosas, cantares, villancicos, etc. Así nace una nueva poesía de
carácter puramente nacional, que, a partir de este momento evolucionará paralelamente al
de las manifestaciones más cultas de la lírica, influyéndolas y, a su vez, siendo influidas por
ellas. Fusión de lo popular y lo culto, variable en cada momento, que practican muchos de
los poetas preclaros de España, desde Gil Vicente y Lope de Vega, en el siglo XVI, hasta
Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca y Rafael Alberti, en el
nuestro.
Ya en la Edad Media hay contactos ocasionales entre lo culto y lo popular, Berceo (canción
de vela), Juan Ruiz, marqués de Santillana (villancico a sus hijas y serranillas). Pero la
síntesis de los dos mundos -fruto renacentista- sólo se empieza a realizar en la época de los
Reyes Católicos. De ella resulta la poesía más fresca que entonces se escribe. Algunos de los
poetas ya citados, Alvarez Gato, Sánchez de Badajoz, fray filigo de Mendoza y fray
Ambrosio Montesinos deben al popularismo la delicadeza de expresión, liberada de las frías
artificialidades trovadorescas.
El más dotado de todos los ingenios de su tiempo, Juan de la Encina, respira la renovadora
brisa popular y con ella, aunando poesía, música y acción dramática, crea el teatro español.
Otros poetas del Cancionero General, los mejores, el marqués de Astorga, Pedro Manuel
Ximénez de Urrea, Costana, Cartagena, el comendador Escrivá, Florencio Pinar, escriben en
el nuevo estilo pequeñas joyas de limpia belleza. La mejor selección de este tesoro poético es
la hecha por Dámaso Alonso en su antología: Poesía de la Edad Media y poesía de tipo
tradicional.
La entrada de lo popular en lo culto no es exclusiva de la literatura castellana ni indicio de la
debilidad de las ideas renacentistas en España. En Italia, dos escritores muy representativos
de la alta cultura del Renacimiento, como Lorenzo de Médicis y Policiano, se inspiraron en la
poesía de tradición popular, refinándola y elevándola en sus composiciones. Goethe, tres
siglos más tarde, hará lo mismo con los Heder alemanes. Esto prueba que el uso de motivos
populares por los poetas cultos suele coincidir con los momentos de sensibilidad más
exigente. Lo que distingue a la literatura española es la constancia del fenómeno, así como la
riqueza inmensa de su poesía anónima y tradicional.
En la época que estudiamos, el gusto por las canciones del pueblo no se limita a los escritores.
Penetra en las costumbres sociales de las clases elevadas, y en La Celestina vemos a Melibea
entretener su ansiedad, mientras espera a Calisto en el jardín, con canciones de estilización
popular, de un lirismo primoroso, como puede apreciarse en este ejemplo:
Papagayos, ruiseñores
que cantáis al alborada,
llevad nueva a mis amores
cómo espero aquí asentada.
La media noche es pasada
e no viene;
sabedme si hay otra amada
que lo detiene.