LITERATURA ESPAÑOLA - El Renacimiento: época de los Reyes Católicos
"LA CELESTINA"
Con la Comedia de Calisto y Melibea, impresa en Burgos en 1499, aparece la primera obra
realmente clásica de la literatura española. La primera en el tiempo y una de las primeras en
calidad. Clásica por la riqueza y variedad de la prosa, por la originalidad de su forma, por la
hondura en la representación de la vida y los sentimientos humanos, por la actitud del autor
ante sus personajes y ante el mundo de la pasión que describe. Clásica, en fin, porque en ella,
mucho más definitivamente que en otros precedentes señalados, se contienen los gérmenes
de la novela y el drama del Siglo de Oro: la picaresca, Cervantes, el teatro de Lope y sus
continuadores.
LA CELESTINA. - Título derivado de su personaje central y que ha prevalecido sobre el
primitivo- tuvo una gestación poco clara. En la edición de 1499 no se menciona el nombre
del autor. Este, Fernando de Rojas, se da a conocer en unos versos acrósticos al final de la
segunda edición de las hoy conocidas, la de Sevilla de 1501, la cual consta, como la anterior,
de dieciséis actos. Declara entonces que él continuó un acto que encontró manuscrito de
autor desconocido (se atribuye no con gran fundamento a Rodrigo Cota o a Juan de Mena),
añadiendo los quince restantes. En otra edición, del año siguiente, 1502, también de Sevilla,
aparece con el título de Tragicomedia de Calisto y Melibea, y se intercalan cinco actos
nuevos, hasta completar el número de veintiuno, que ha de ser conservado definitivamente
después de desecharse como apócrifo otro acto que aparece añadido en una edición de 1526.
La declaración de Rojas y la forma irregular de la publicación ha suscitado dudas entre los
eruditos, con respecto a dos puntos principales: quién sea el autor del primer acto y quién el
de los cinco añadidos en 1502. El criterio hoy imperante, no el unánime, es el de que Rojas
compuso todos los actos con excepción del primero.
También la personalidad de Fernando de Rojas aparece rodeada de un misterio análogo al
de la gestación de la obra. La investigación ha fijado algunos puntos referentes a su biografía:
que nació en Puebla de Montalbán, que era de ascendencia judía y que estudió en Salamanca,
donde fue probablemente discípulo de Nebrija. Pero nada sabemos de su carácter, del
ambiente en que se movía ni de que escribiese ninguna otra obra, cosa bien extraña en
escritor de genialidad tan evidente. Es impresionante además la impersonalidad de que
Rojas da muestras. Ni en un solo momento de La Celestina asoma el sentimiento del autor.
Los personajes marchan a su destino trágico sin que por parte de su creador advirtamos la
menor emoción o simpatía. Más bien parece complacerse en hacer resaltar fríamente, dentro
del ambiente de tragedia, los elementos cómicos del diálogo, la debilidad de sus personajes
para luchar contra sus propias pasiones y la atmósfera sórdida de muchas escenas, como
contrapunto a la exaltación erótica de los amantes y al idealismo del mundo social y
espiritual en que viven.
El argumento de La Celestina se expone en el libro después del título:
Calisto fue de noble linaje, de claro ingenio, de gentil disposición, de linda crianza, dotado
de muchas gracias, de estado mediano. fue preso en el amor de Melibea, mujer moza, muy
generosa, de alta y serenísima sangre, sublimada en próspero estado, una sola heredera a su
padre Pleberio y de su madre Alisa muy amada. Por solicitud del pungido Calisto, vencido
el casto propósito de ella (interviniendo Celestina, mala y astuta mujer, con dos sirvientes
del vencido Calisto, engañados y por ésta tornados desleales, presa su fidelidad con anzuelo
de codicia y de deleite), vinieron los amantes y los que les ministraron, en amargo y
desastrado fin. Para comienzo de lo cual dispuso la adversa fortuna lugar oportuno, donde a
la presencia de Calisto se presentó la deseada Melibea.
La pasión de Calisto nace de un puro azar. El halcón de Calisto entra en el huerto de Melibea.
Calisto le persigue y ve a ésta por primera vez. La pasión se enciende instantáneamente. Una
vez encendida, nada la contiene. Para Calisto no habrá ya más dios en el mundo que su
amada, ni su vida tendrá otro fin que el de gozar el amor de Melibea. "Tú no eres cristiano" -
le advierte su criado Sempronio. A lo cual replica, "¿Yo? Melibeo soy y a Melibea adoro y en
Melibea creo". Y más adelante: "Melibea es mi dios, es mi vida". En ayuda de Calixto
interviene la Celestina, "mala y astuta mujer", la más grande figura del drama, porque ella lo
mueve todo. Rojas nos revela su poder supremo en la vida de la ciudad porque con sus artes
satisface los apetitos de todo linaje de gentes, de ricos y pobres, de eclesiásticos y seglares, de
caballeros y rufianes, de doncellas enamoradas y mujeres de prostíbulo. Celestina,
valiéndose de sus tretas, logra entrar en casa de Melibea, y con la gran sabiduría de su oficio
de alcahueta, aviva el fuego de la juventud apasionada. Calisto goza por fin en la dulzura
poética de la noche en el huerto de Melibea, la belleza de su amada. Escena (acto
decimonono) de sin igual embriaguez erótica. La tragedia sucede rápidamente a este
momento de felicidad. Después de asesinar a Celestina para arrebatarle el premio de su
tercería, reciben muerte los criados de Calisto: Sempronio y Pármeno. Vienen sus amigos en
busca de venganza al jardín donde Calisto y Melibea se entregan a su delirio. Calisto huye
precipitadamente, cae de la escala y muere. Melibea lamenta la desaparición de su amante
con palabras que parecen un eco de las de Jorge Manrique: "¡Tan tarde alcanzado el placer,
tan presto venido el dolor!" En el acto siguiente, tras una patética confesión al padre, Melibea
se arroja de la torre. La obra acaba con el angustiado plañido de Pleberio, tras la muerte de
su hija: consideración melancólica sobre la caducidad de todos los bienes: querella dolorida
contra el mundo, por haberle dado el ser para dejarle penado, triste y solo en este valle de
lágrimas.
Cumple así la tragicomedia su propósito moralizador anunciado en el título, el de ser
"reprehensión de los locos enamorados" y el de ser "aviso de los engaños de las alcahuetas y
malos lisonjeros criados". Este fin trágico donde la pasión y el pecado recogen
necesariamente su fruto de dolor y muerte, se presta a interpretar La Celestina como obra
nacida del fondo moralizador de la Edad Media. Mas su medievalismo es sólo aparente,
porque nada hay en toda la tragicomedia que nos haga pensar en un castigo impuesto por la
ley moral de una providencia que rige al mundo. Más bien, al contrario, el castigo aparece
como ley fatal de la existencia humana, del juego de los sentimientos y de las
pasiones,
igualmente de los nobles, -como el amor de Calisto por la belleza superior de Melibea-, que
de las bajas y viles -como las de Celestina y su corte de prostitutas y rufianes.
Precisamente esta filosofía fatalista de la pasión reforzada por la penetración psicológica en
el retrato de todos los personajes, altos o ínfimos, es lo que hace de La Celestina una obra
plenamente moderna, tan moderna que es preciso llegar al complejo mundo pasional del
drama de Shakespeare para encontrarle parangón en la literatura europea del siglo XVI.
Ilustra La Celestina, con mayor amplitud que ninguna obra anterior la ley de la literatura
española del Renacimiento, de utilizar motivos medievales con un sentido
inconfundiblemente nuevo. Aparte de esto, de la perfección de su forma -diálogo, acción,
movimiento-y del estudio de caracteres, su cualidad más eminente es la de presentar una
síntesis de elementos literarios que sólo Cervantes superará. En sus fuentes aúna influencias
medievales (Hita, Arcipreste de Talavera) con otras clásicas o renacentistas (Terencio y la
comedia latina, Boccaccio, etc.). La moral de sus sentencias, tomadas de la Biblia y de los
Santos Padres, se vierte en moldes de humanismo petrarquista. Y la sensualidad en el trato
de los criados con sus amigas y las cínicas alusiones de Celestina aparecen junto a atisbos de
neoplatonismo en la deificación que Calisto hace de la belleza de su amada.