LITERATURA ESPAÑOLA - Posromanticismo y realismo (1850 - 1898)
GALDOS Y LOS NOVELISTAS DE LA SEGUNDA GENERACION
LOS NOVELISTAS POSTERIORES. - Los escritores de la segunda generación realista se
distinguen de los de la anterior
-como ya apuntamos- porque aceptan, al menos en los
comienzos de su carrera literaria, el naturalismo de Zola, según está expuesto por él en Le
roman experimental y practicado en sus novelas. El tema erótico, por ejemplo, adquiere en la
condesa de Pardo Bazán, en "Clarín" o en Blasco Ibáñez un relieve que no tiene en la obra de
los novelistas anteriores. Son también más liberales, y, en éste, como en otros aspectos, se
advierte en ellos la huella de Galdós. La novela regional en la Pardo Bazán o en Blasco
Ibáñez no ensalza ya las excelencias de la ponderada vida del campo. Es más común que
pinte con vigor detallista sus males. A medida que los nuevos escritores avanzan en su obra,
se advierte, especialmente al final del siglo, que tratan de adaptarse -sin conseguirlo por
entero- a las direcciones de la sensibilidad y el arte contemporáneos.
En general, hay mucho de ecléctico y de puro reflejo en esta segunda época de la novela; de
elementos que no armonizan. Toma del naturalismo tan sólo los procedimientos; no el credo
científico y determinista, poco fácil de adaptar a la mentalidad española. Por eso se da el
caso paradójico de que la Pardo Bazán, adalid de la escuela, pueda ser al mismo tiempo
fervorosa naturalista en arte y devota católica en sus creencias.
Ninguno de estos nuevos escritores es creador, sino epígono. Tienen talento inventivo, son
excelentes artistas, a veces de forma más cuidada que sus predecesores y de visión más
amplia. Pero les falta la seguridad, la firmeza y la frescura que da siempre lo nuevo en arte.
Son seguidores de caminos ya abiertos.
Palacio Valdés dice en una autocrítica: "si se me despojase de lo que pertenece a los grandes
maestros que me han precedido, quedaría desnudo", juicio que quitándole todo lo que tiene
de exagerada modestia, podría aplicarse a la obra de sus compañeros de generación.
La primera en darse a conocer de entre todos ellos fue doña Emilia Pardo Bazán, cuyas obras
importantes son coetáneas de las de los novelistas más viejos y están escritas entre 1880 y
1890. Gallega, de La Coruña, de familia aristocrática, mujer de gran curiosidad, cultura
amplia y vigoroso talento, fue la introductora del naturalismo en España en el libro crítico La
cuestión palpitante (1883) y en varías novelas regionales entre las que se destacan Los Pazos
de Ulloa y La madre naturaleza, estudios acabados de la decadencia de la aristocracia
gallega sobre un fondo de paisaje y vida rural admirablemente descrito.
Intrépida seguidora de modas literarias, fue también de los primeros españoles en recoger
las ondas del neoespiritualismo y la influencia de la novela rusa en su libro La revolución y
la novela en Rusia (1887), inspirado muy de cerca en una obra francesa de Melchior de
Vogué. A esta nueva orientación espiritualista responden varias de sus últimas novelas,
entre ellas: La quimera y La sirena negra. La Pardo Bazán cultivó otros varios campos y fue
modelo de actividad intelectual. Entre los novelistas regionales, su pintura de Galicia sólo
cede en valor a la que de la Montaña hizo Pereda. Además de las citadas, Insolación y
Morriña son novelas excelentes.
Una de las mejores novelas del naturalismo español es La Regenta, de Leopoldo Alas,
"Clarín", escrita bajo la influencia de Flaubert, Stendhal y, probablemente, del novelista
portugués Ea de Queiroz. Trata un tema de adulterio y estudia con detallado análisis
psicológico la crisis místico-sensual de la protagonista, Ana Ozores, en medio de un cuadro
denso y compacto de vida provinciana en una vieja ciudad española. "Clarín" sobresalió
además como crítico, ensayista y hombre de pensamiento. Es autor de algunos de los
cuentos más bellos, poéticos e irónicos que se escribieron en esta época y tanto por el
idealismo subjetivista, hacia el que derivó después de abandonar el naturalismo, como por
su amplia cultura europea y la atención con que siguió las direcciones espiritualistas de fin
de siglo, se le tiene por uno de los precursores de la "generación del 98".
Asturiano como "Clarín", parecido a él como escritor por la ironía y la gracia, fue Armando
Palacio Valdés, novelista muy fecundo y uno de los más populares. De manera más evidente
aun que la de sus compañeros de generación puede servir de ejemplo la obra de Palacio
Valdés para ilustrar un fenómeno literario típico: la liquidación del realismo y del
naturalismo a la entrada en el nuevo siglo. Escritor ecléctico y conciliador en arte como en
ideas, pero con un fondo personal y artístico muy puro, su obra se caracteriza por la
variedad. Es regionalista asturiano, más por la pintura de ambientes y tipos que por el
espíritu, en las primeras obras, que son de las mejores: Marta y María, José, pero capta la
gracia ligera de la vida andaluza en La hermana San Sulpicio, su novela más conocida, y Los
majos de Cádiz; la atmósfera valenciana en La alegría del capitán Ribot y la madrileña en
Riverita.
Hizo naturalismo de escuela en La espuma y La fe; novela psicológica en varias de las
citadas y en Tristán o el pesimismo; y poética en La aldea perdida.
Trató el tema religioso y recogió incitaciones filosóficas. Fue bastante liberal en su juventud y
luego, siempre con un fondo de comprensión tolerante, fue derivando hacia las ideas
conservadoras. Al entrar el siglo XX reflejó el subjetivismo idealista en otras de carácter
autobiográfico, memorias más que novelas, como Los papeles del doctor Angélico. Vivió
hasta 1938, y en contraste con personalidades tan acusadas como Unamuno, Valle-Inclán o
Baroja, el apacible humorismo del autor de La hermana San Sulpicio resultaba insulso y un
poco superficial.
Cualidades enteramente opuestas a las de Palacio Valdés son las que caracterizan a Vicente
Blasco Ibáñez, que compartió con él la popularidad en España y le superó en la difusión de
su obra en el extranjero. Tuvo el novelista valenciano una fuerte personalidad humana. Fue
político, revolucionario, aventurero y a pesar de su vida activísima e irregular dejó una
caudalosa producción literaria. Las notas dominantes en su novela son el poder creativo, sin
ninguna finura psicológica; la fuerza dramática, en bruto, sin desbastar; el estilo tumultuoso,
abundante, sin lima, pero de indudable riqueza descriptiva, plástica; y una ideología social y
revolucionaria de escasísima base intelectual.
Por la cronología, Blasco Ibáñez pertenece a la época contemporánea, pero por su arte y por
sus ideas es el último de los realistas españoles. No tiene ninguna de las características de la
literatura en el siglo XX. Los otros novelistas de ese tiempo -Emilia Pardo Bazán, "Clarín" o
Palacio Valdés-, aun siendo veinte años más viejos, trataron de adaptarse a las nuevas
corrientes líricas, espiritualistas. Blasco Ibáñez se quedó en el naturalismo y en el ideario
social decimonónico.
Confrontado con los cambios del gusto, varió de escenarios y temas, mas no de estilo ni de
visión. Pasó de la novela regional valenciana como La barraca, Flor de mayo, Cañas y Barro -
lo más vigoroso de toda su producción y lo de mayor valor artístico- a novelas urbanas,
sociales y políticas: La catedral, El intruso, La horda. Escribió luego novelas de ambiente
artístico con influencias de D'Annunzio; históricas con influencias de Flaubert, como Sonnica
la cortesana, y novelas de ambiente cosmopolita, como Los cuatro jinetes del Apocalipsis y
Mare nostrum, que le abrieron las puertas de la gloria internacional. Y hasta su muerte
siguió ensayando nuevos temas con energía extraordinaria.
No se le puede negar talento descriptivo y reciedumbre en la concepción de algunos
personajes, sobre todo los de las novelas valencianas de la primera época, ni que sea uno de
los maestros del realismo español; pero su carencia absoluta de sentido poético y de cuidado
artístico en la forma malograron en gran parte sus facultades naturales.