LITERATURA ESPAÑOLA - Posromanticismo y realismo (1850 - 1898)
EL DRAMA POSROMANTICO Y REALISTA: ECHEGARAY Y SUS CONTEMPORANEOS
EL ANACRONISMO EN EL ESTILO Y LAS IDEAS DEL TEATRO POSROMANTICO. - Esta
época es en el teatro también época de
transición y el drama refleja en su desarrollo
corrientes análogas a las de la poesía. Empieza como una continuación del romanticismo;
reacciona luego contra él y, finalmente, recoge en el drama de tesis ecos ideológicos de las
filosofías en boga -positivismo e idealismo- o de las nuevas concepciones dramáticas
representadas por la comedia social francesa y el teatro ibseniano. Fue de todos los géneros
literarios probablemente el que más popularidad alcanzó en la época. Ningún escritor tuvo
el prestigio extraordinario de Echegaray, que fue aclamado como un genio y a quien en 1905
se le concedió el premio Nobel. En la revisión de valores con que se inicia el siglo XX se
reaccionó quizás exageradamente en contra suya y de casi todos los dramaturgos de su
tiempo, negándoles todo mérito y hoy son pocas las obras de este período que sobreviven.
Se trata, realmente, de un teatro un poco falso en el cual predominan el melodramatismo
efectista en el estilo y la confusión en las ideas. Sus personajes carecen casi siempre de base
psicológica; no hay análisis de carácter. Peca, visto con un criterio actual, de un doble
anacronismo en la técnica y en las ideas. Después de una primera etapa en la que el tipo de
drama preponderante es todavía el drama histórico, los dramaturgos llevan a escena con un
realismo externo, problemas y personajes de la sociedad burguesa; mas conservando el
violento tono pasional del romanticismo y casi toda su técnica, en el lenguaje y en el verso.
Ahora bien, un asunto moderno no casa ni con un lenguaje arcaico ni con la forma poética.
Hacer hablar en verso rutilante a don Alvaro o al Manrique del Trovador está bien; pero que
un financiero que se arruina o un honrado padre burgués, vestidos de levita y chaqueta,
razonen en octosílabos, va contra la esencia misma de su carácter, de cuya delineación
depende el drama. Los personajes obran por motivos como el del honor tomados del antiguo
teatro español, que contrastan con las ideas liberales expuestas por ellos al hablar de asuntos
que no afectan a sus sentimientos. La moral de los personajes de Ibsen, por ejemplo, o de
algunos comediógrafos franceses, Sardou o Dumas hijo, nace de ideas modernas; el
alcoholismo, la estafa, el engañar a una mujer son actos condenables porque van contra el
equilibrio social o contra la integridad del individuo. El drama se sostiene sobre esas bases.
En el teatro español de la época que estudiamos esos mismos actos, unas veces se condenan
por motivos religiosos, por ser pecados contra Dios, otras por motivos sociales o porque la
víctima se siente afectada en su honra. El marido burlado o el padre a cuya hija engaña un
seductor no acuden a las leyes o a la sanción social, o a la conciencia individual; lo común en
el teatro de Echegaray o de sus contemporáneos y discípulos es que como un personaje de
Calderón se tome la venganza por su mano.
De este anacronismo en las ideas que es el defecto mayor de todo este teatro de la época
realista no tienen enteramente la culpa los autores; es en el fondo, reflejo del anacronismo
espiritual en el que se debatía, y aún se debate, la sociedad burguesa española, en la que por
debajo de las costumbres y formas de vida moderna, persisten arraigadamente los
sentimientos y las ideas antiguas. Es, en efecto, común en la sociedad española que el
hombre que se cree más liberal y escéptico en su vida privada conserve todos los tabús de la
moral católica más estricta, o que el más despreocupado y cínico obre en materias que
afectan a su dignidad igual que el protagonista de un drama de Echegaray o de Calderón.
En cuanto al estilo, pesaba demasiado en el arte dramático la tradición poética del teatro
nacional del Siglo de Oro, reavivada por el romanticismo. No era fácil improvisar el lenguaje
necesario para pintar la psicología del personaje moderno. Eso será la gran aportación de
Benavente, el verdadero creador de un teatro contemporáneo en España. En el momento que
ahora estudiamos lo consiguen en parte Galdós cuando después de treinta años de cultivar
la novela empieza a escribir dramas; y Enrique Gaspar, un dramaturgo menor. Los
novelistas encontraron, en cambio, en el estilo de la antigua tradición realista de Cervantes y
de la picaresca resucitada en la generación anterior por Larra, Mesonero y otros
costumbristas, un instrumento fácil de adaptar a las exigencias del nuevo realismo.