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LITERATURA ESPAÑOLA - Lope de Vega y la creación del teatro español
VIDA Y PERSONALIDAD DE LOPE
La personalidad de Lope escapa a toda definición valorativa. Cuando por
sus innegables
bajezas nos sentimos inclinados a condenarle, le redime la autenticidad de la pasión que le
incita o el sincero sentimiento religioso con que lamenta sus debilidades. Cervantes acertó
con el epíteto justo al llamarle "Monstruo de la Naturaleza", epíteto que igual se puede
aplicar a su capacidad creadora que a la vital.
No parece posible que haya un ser humano capaz de producir un caudal inmenso de obras
de todo género y de lanzarse al mismo tiempo a vivir con la intensidad que él lo hizo. Caso
extraordinario de vitalidad, parece en él concentrarse la fuerza impetuosa de su pueblo
cuando, ya cercano a la decadencia, empieza a renunciar a sus ideales. Hasta entonces,
durante un siglo, la fuerza del pueblo español se manifestó en los extremos de sus empresas
guerreras o del fervor espiritual de sus místicos. Ahora, sin nuevas metas que conquistar, se
manifiesta pujante en el puro placer, en la embriaguez de creación artística; y por contraste
en el melancólico arrepentimiento religioso, afán, embriaguez y arrepentimiento que, como
veremos, gobiernan la vida de Lope. Esta ha sido reconstruida por Hugo Rennert y Américo
Castro en un libro casi definitivo. Aquí bastarán algunas noticias como síntesis de lo que la
figura humana significa en relación con su época y con su obra.
Lope Félix de Vega Carpio nace en Madrid el 25 de noviembre de 1562. Fue hombre de gran
cultura literaria, cosa evidente en su obra. Mas no se sabe bien cuándo ni cómo tuvo tiempo
de adquirirla. Estudió de niño en Madrid, y luego, al parecer, en la Universidad de Alcalá.
Los estudios formales se interrumpieron pronto al presentarse, siendo aún adolescente, los
primeros síntomas de las dos grandes pasiones de su vida, el amor y la literatura, que él
reduce a una sola. A los trece años -afirman algunos- escribió su primera comedia. A los
diecisiete tiene su primera aventura amorosa conocida. Se enamora de Elena Osorio (Filis),
mujer de un cómico, y empiezan los turbulentos amores que, ya viejo, recordará en La
Dorotea.
Desde entonces toda su existencia, sin interrupción, estará consagrada a abrasarse en esos
dos fuegos que le consumían, como ha dicho Icaza: "Aquella alma que ardía en los conflictos
imaginarios de sus dos mil comedias, quemábase a la vez en las pasiones verdaderas de su
vida diaria".
Los amores con Elena Osorio y su conducta poco caballeresca le acarrean un proceso. Va a la
cárcel. Es condenado a ocho años de destierro. Entre tanto ha conocido a Isabel de Urbina
(Belisa), a quien rapta y con quien se casa luego por medio de poderes en 1588. Es una de sus
uniones más tranquilas. Vive con ella en Valencia. Tienen dos hijas, Antonia y Teodora, que
mueren poco después de la madre, en 1595.
Estos son sólo los comienzos. Luego las aventuras amorosas o los amores permanentes se
suceden. Se amanceba con Antonia Trillo y sufre en 1596 otro proceso. Viene en seguida
Micaela Luján (la Camila Lucinda de sus versos), casada y mujer de teatro, como otras
muchas de las que amó Lope. De sus relaciones con Micaela, prolongadas por muchos años,
nacen siete hijos, entre ellos dos de los que más quiso: Marcela y Lope Félix. Un segundo
matrimonio, con Juana Guardo, que dura de 1598 a 1613; de él nacen también dos hijos más,
Carlos Félix y Feliciana. Siguen, muerta su segunda mujer y ordenado ya de sacerdote (1614),
Jerónima de Burgos y Lucía de Salcedo. En 1616, a los cincuenta y cuatro años, entra en su
vida Marta de Nevares, esposa de Roque Hernández, a la que ama con pasión encendida por
la madurez y el remordimiento.
Y a pesar de toda esta vida erótica tan intensa, Lope toma parte en dos expediciones
militares, la de la Invencible, y otra anterior, a las Azores, en 1583, escribe su caudalosa obra,
polemiza con sus rivales literarios, cultiva una popularidad inmensa, sirve de secretario y
confidente a grandes señores como el duque de Alba, el marqués de Malpica o el duque de
Sessa, a quien asiste, según correspondencia descubierta no hace muchos años, en tercerías
amorosas. Todo ello es además compatible con épocas largas de paz familiar, remansos en su
existencia borrascosa. Lope dijo que había nacido en dos extremos, amar y aborrecer, y que
no había tenido medio jamás.
Pero lo más extraordinario es que este hombre no tiene nada de don Juan. No burla a las
mujeres. Se enamora y al mismo tiempo que de la pasión turbulenta del amor, es capaz de
los más nobles sentimientos. Se identifica desde luego con los ideales de su pueblo, que son
la base de su concepción dramática. Expresa todas las notas del amor paternal en numerosas
poesías, desde la ternura que sus hijos niños le inspiran hasta el dolor de ver morir a casi
todos los que tuvo. Y el fervor religioso pocas veces se ha expresado con acento más humano
que en algunos de sus sonetos de las Rimas sacras, donde con sinceridad conmovedora
implora el perdón de sus caídas y pide fuerza para resistirse a ellas.
Muere a los setenta y tres años, el 27 de agosto de 1635. Su entierro, al que acude todo
Madrid, y los elogios de la fama póstuma fueron la apoteosis con que sus contemporáneos
reconocían en él al genio que, por haberse sumergido en la vida de su pueblo y de su tiempo,
pudo crear la obra en la que se proyectaba artísticamente la imagen variadísima de ese
pueblo y de ese tiempo. Cervantes le supera sin duda en profundidad, en universalidad,
pero no en riqueza ni fuerza creadora.