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LITERATURA ESPAÑOLA - Francisco de Quevedo
LA POESIA
Idénticos caracteres que los señalados para la prosa de Quevedo distinguen su poesía:
abundancia, falta de selección, conceptismo en el lenguaje, en la visión y en el sentimiento.
Como ya hemos dicho, la personalidad quevedesca imprime sello a todos los productos de
su pluma. Escribió cerca de novecientas poesías que reunieron sus editores Cascales y
Alderete en dos volúmenes El parnaso español y Musas castellanas (1648) y Las tres musas
últimas castellanas (1670). Aparecen allí bajo la advocación de cada una de las musas,
ordenadas por temas heroicos, morales, satíricos, amorosos, sagrados, fúnebres, etc. En
cuanto a la forma, no son menos variadas. Escribe sonetos, canciones, odas, silvas, epístolas,
madrigales, epigramas, romances, letrillas.
La ley de la inspiración del poeta es igual que la del prosista: el contraste. Numerosas
composiciones son, desde luego, como ocurre con la mayoría de los contemporáneos, versos
de circunstancias, juegos poéticos de ingenio. De este tipo son casi todas las poesías
amorosas. El mundo lírico del amor fue un mundo cerrado para Quevedo, temperamento
duro, amargo, intelectual. Al cantar el amor cae o en los convencionalismos sentimentales o,
mucho más frecuentemente, en la obscenidad.
En cambio como poeta satírico, como poeta burlesco y jocoso, como crítico de las costumbres,
no hay quien le iguale. Tampoco le excede nadie en la poesía estrictamente cómica,
epigramática. La risa es casi siempre cruel; la burla, cáustica y el estilo, hiperbólico. Otro
aspecto importante es el de la poesía patriótica y aquí sí que triunfa el sentimiento cuando
hace suyo el dolor de España o cuando ensalza los generosos ideales del duque de Osuna, o
denuncia en su famosa Epístola satírica y censoria al conde de Olivares la decadencia de la
grandeza española:
….. mi llanto
ya no consiente márgenes ni orillas: 
inundación será la de mi canto.
Pero Quevedo es además y, sobre todo, un lírico profundo, uno de los poetas mayores de la
lengua castellana, cuando canta a la muerte y a la desesperanza, con pasión sólo reprimida
por su fe estoica. La emoción melancólica de la fugacidad del tiempo se sobrepone entonces
al conceptismo, a la inclinación hacia los efectismos violentos y los juegos de palabras, y
resulta una poesía tersa, grave, noble, verdadera. Las ideas convencionales de todo el
moralismo cobran vida como siempre que las repite un poeta auténtico.