GEOGRAFIA ECONOMICA - Regiones naturales
EL AGUA EN LA VIDA ECONOMICA
Claro que todo cuanto hay en el planeta, desde el aire de la atmósfera hasta los minerales
escondidos en las entrañas de la tierra, aprovecha a la vida del hombre. Ello se debe, en gran
parte, a su ingenio y a su industria. Para el hombre primitivo, la presencia de los océanos, con
sus inmensas y agitadas extensiones líquidas, envolvía un misterio, un terror y un obstáculo. En
cambio, para el hombre moderno, se ofrece como un placer y como un medio fácil de
comunicación entre las islas y continentes. Conoce, además, la utilidad de las grandes
superficies acuáticas. Ellas producen los vapores que los vientos transportan tierra adentro y
que se condensan en lluvias fecundantes y purificadoras del ambiente. El sabe que el agua está
en todas partes, particularmente en las plantas que lo nutren, y que constituye el 62 por ciento
de su propio cuerpo. Y sabe de los horrores de la falta de agua, de la angustia de los desiertos,
del castigo de las prolongadas sequías y hasta del suplicio inaudito que la falta de lluvias sobre
las olas del mar representa para las víctimas de la tragedia de un naufragio.
Tierra sin lluvias es tierra estéril, tierra muerta. El hombre huye de ella y prefiere encogerse en
un rincón cualquiera de tierra húmeda, aunque la porción que le corresponda sea ínfima, puesto
que no es la extensión, sino la utilidad, lo que le interesa. Es, en gran parte, debido al régimen de
lluvias que hay tierras desiertas, tierras semipobladas, tierras pobladas y tierras superpobladas.
Los desiertos del mundo suman una superficie conjunta de 13 millones de kilómetros cuadrados.
Estos desiertos se hallan a veces en el mismo corazón del globo. Al borde del Mediterráneo, el
antiguo mar de la civilización, levantan sus hoscas murallas las sedientas barrancas de los
desiertos de Libia, antesala del Sahara, el más vasto desierto del planeta, que inutiliza una
tercera parte del continente africano. Sobre la ruta más importante del mundo, el mar Rojo, se
extienden a uno y otro lado las áridas mesetas de la Arabia, de la Eritrea y las Somalias. Más de
la mitad de Persia o el Irán, de Afganistán y del Turquestán, hasta las inmensas estepas de
Kirguisia, es desierto inhóspito, lindando con tierras feraces, sumamente aprovechadas. Las
vertientes orientales del Tibet, la más alta cordillera del mundo, proyectan sus altiplanicies
desoladas por el norte de China y las Mogolias, hasta las puertas de la fértil Manchuria.
En algunos desiertos, como en los de la Mesopotamia o del Irak, quedan vestigios de antiguas
civilizaciones e incluso de sistemas de regadío. Siete u ocho mil años atrás estas regiones eran
pobladas y rendían abundantes cosechas. En los desiertos de Kalahari, en el sur de Africa,
también se encuentran indicios de poblaciones remotas. En el oeste de los Estados Unidos
abundan los desiertos, desde Idaho al golfo de California, pero la mayoría están cruzados por
caminos y ceden a la urbanización, e incluso algunos de ellos han rendido pequeñas fracciones
al regadío y al cultivo. La América del Sur contiene poca proporción de desierto y tan sólo
puede considerarse tal el trecho de la costa sur del Perú y norte de Chile, aunque tiene regiones
secas, como parte del centro-este del Brasil, y el norte, oeste y sur argentinos. En cambio, una
mitad de Australia puede considerarse desierto, aunque todo el oriente y gran parte de sus
costas disfruten de buen régimen de lluvias.