GEOGRAFIA ECONOMICA Fuerza y energía
ENERGIA HIDRAULICA
Podemos aceptar los cálculos del profesor Lamb, aplicados, naturalmente, a lo que llamamos
energía cinética o sea energía del movimiento. Es tanto y tan pesado lo que se mueve sin el
esfuerzo muscular del hombre, que las 40 veces estimadas por Lamb nos parecen un cálculo
muy conservador. Entre el peso que puede arrastrar un hombre con un carrito de dos ruedas y
una vulgar locomotora de 200 toneladas no hay comparación posible, corno no la hay entre la
mayor de las galeras que los forzados galeotes movían a remo y el transatlántico británico
Queen Elizabeth, de 85.000 toneladas. Pero el fenómeno de la transformación y la transmisión
de la energía es mucho más complejo: la represa del Grand Coulee, en el Estado de Washington,
no es sólo una formidable conducción de aguas que han de regar 480.000 hectáreas de tierra
antes improductiva, sino un juego de turbinas cuyo potencial transformado en electricidad tiene
una capacidad de 1.974.000 kilovatios. Teniendo en cuenta que un kilovatio es,
aproximadamente, 11/2 caballos de fuerza y que un caballo representa la fuerza necesaria para
levantar a un metro de altura 75 kilogramos en un segundo, podemos formarnos una idea muy
cabal de lo que el hombre consigue obligando al agua de un río a trabajar para él. Pero no es esto
solamente: los diques del Gran Coulee forman un lago artificial navegable de 250 kilómetros de
largo donde se puede criar abundantemente peces; la irrigación puede dar vida a 850.000
personas repartidas en granjas, sin contar a las que es posible suministrar servicios
complementarios; la electricidad puede transportarse sin casi otro gasto que las instalaciones y
casi sin pérdidas a un radio de 500 kilómetros desde la central de producción, y puede dar luz,
calefacción, refrigeración, movimiento a todas las máquinas domésticas, a los aparatos de radio
y a las industrias de toda la zona. En una palabra: una represa hidráulica, que es una obra
relativamente simple y que los hombres la concibieron hace muchos siglos, puede transformar
por completo toda una comarca, poblar un desierto, y ofrecer las máximas comodidades
apetecibles a la nueva población.
Pero, seguimos dentro de la Geografía Económica. En las últimas décadas suman centenares los
diques que se han levantado en Europa, América, la India, el Japón o Australia; pero, como es
natural, no se ha levantado ninguno en las llanuras cerealistas, en los desiertos africanos, en la
tundra asiática o canadiense, en las soledades de la Antártida o en islas naturalmente magníficas
como Nueva Guinea o Madagascar. No sólo se necesita un río caudaloso y un desnivel
pronunciado, sino también un clima apropiado a fin de que la obra y la considerable inversión
de capital que representa tengan su utilidad y puedan justificar su rendimiento. Porque
concurrían todas estas circunstancias, en Ucrania se aprovechó la escasa pendiente para
construir la famosa represa del Dnieperpetrovsh, que rinde 746.000 kilovatios, y porque tales
circunstancias están
ausentes sigue perdiéndose la energía de las grandiosas cataratas de
Kukenaam, en la Guayana Británica, o de las de Maletsunyane, en Basutolandia, en el corazón
de Africa.
La progresiva explotación de la energía hidráulica está llamada a producir considerables
desplazamientos de población, atraída por las nuevas concentraciones industriales. Pero el
fenómeno será el mismo de siempre: la gente acudirá allí donde la vida sea más fácil y segura,
donde su trabajo sea más solicitado y mejor retribuido y donde pueda traducirse en
comodidades materiales y en ascensión cultural. El molino de viento o la primitiva turbina
hidráulica llegaban a sustituir el esfuerzo de un hombre o un animal o poco más y, por lo tanto,
no podían originar ninguna concentración industrial. La caldera de vapor sometido a presión a
través de un sistema de tuberías, mueve alternativamente los émbolos que impulsan la máquina
y su potencia puede elevarse hasta producir miles de caballos de fuerza. El prodigio vino a
resolver el problema de la multiplicación del trabajo: entre el telar movido a mano y el movido
por la fuerza transmitida desde la caldera había una diferencia de rendimiento tan enorme, que
el primero quedó relegado a pieza de museo. Pero había más: en seguida se advirtió que una
persona podía atender dos, tres y hasta cuatro telares, y que no era necesario confiarlo a un
hombre, sino también a una mujer, ya que el trabajo no exigía fuerza muscular y, por tanto, la
jornada podía ser larga, de doce y de catorce horas. La fuerza motriz produjo la concentración
de máquinas, el acoplamiento de las mismas para completar el ciclo industrial de cada producto
y, por ende, la concentración de las poblaciones en torno a las manufacturas. Esta fue la
revolución industrial. En el mismo tiempo en que antes se producía uno, ahora se producían
diez, veinte y hasta cien, y las máquinas no se fatigaban nunca, podían trabajar de día y de
noche con sólo turnar el personal que las atendía.