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GEOGRAFIA ECONOMICA - Los caminos del mundo
LOS RIOS
Los ríos, antes temidos o respetados como valladar infranqueable, pasaron a ser instrumentos
dóciles al servicio del hombre y cobraron tanta importancia comercial como los mismos caminos
apenas el hombre aprendió el arte de la flotación y el uso del remo. Los ríos han sido los
caminos providenciales de la civilización durante largos siglos. El Tigris y Eufrates llenan las
historias antiguas como seres animados que esparcían riqueza y acercaban a los hombres de la
meseta con los de las orillas del mar. El Indo y el Ganges fueron las cintas de plata que
canalizaban las actividades de una población industriosa y estrechaban sus vínculos comerciales.
El Yangtze, el Amarillo, el Si Kiang y el Kwang dotaron a los chinos de amplios medios de
comunicación, intensificaron el mutuo intercambio y unieron aquellas poblaciones en un haz
cultural, sólido e indestructible. El Danubio fue el camino entre Europa y Oriente durante
muchos siglos, como el Volga y el Dniéper eran los lazos de unión e intercambio entre el Oriente
y el Norte. Sin el Misisipi, la América del Norte no habría conocido su primer auge comercial, y
sin el Amazonas y sus poderosos afluentes, un tercio de la América del Sur no podría
comunicarse entre sí y con el mundo exterior.
Tal es la eficacia de los ríos como vías de comunicación, que, no sólo facilitan el trato entre las
poblaciones existentes, sino que aumentan considerablemente el número de estas poblaciones y
crean núcleos nuevos como prenda de su fecundidad. Con raras excepciones, todas las grandes
ciudades del mundo se levantan a la vera de un río caudaloso, y las mayores concentraciones
humanas siguen los cursos de los ríos importantes. El río es, en muchos aspectos, un factor
económico de primer orden, pero, sin duda, su cualidad primordial es la de ser camino y medio
de relación y de intercambio. Tanto es así, que el ingenio del hombre ha querido aprovecharlo
en su grado máximo y ha inventado el sistema de los canales, cursos artificiales de agua que son
derivaciones de los ríos y el medio de entrelazarlos. Toda la Europa centro-occidental es una red
tupida de canales que comunican unos ríos con otros y hacen posible la navegación a través de
unos y otros entre el mar Báltico y el Atlántico y entre éstos y el mar Negro y el Mediterráneo.
De tal forma, los caminos terrestres y los ferrocarriles se multiplican y se complementan con los
cursos acuáticos. Y para que no se estorben o se intercepten unos y otros, los acueductos, los
puentes fijos, colgantes, levadizos o giratorios, los túneles y otras construcciones facilitan los
medios de crear una vía expedita y de establecer el tránsito y la conexión entre unos y otros
caminos. En la América del Norte los canales facilitan el acceso desde el Atlántico a los Grandes
Lagos y desde éstos al Misisipi, de forma que desde Nueva York puede navegarse por vías
interiores hasta el golfo de México. En la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas los canales
interiores unen los ríos del Norte con los del Sur, y desde el océano Artico o el mar Báltico las
embarcaciones van al mar Negro o al mar Caspio. En el siglo XIII la construcción del Canal
Imperial logró unir el Yangtze desde Nanking, cruzando el Hoang Ho en Tsinan, con el río Pei
Ho en Tientsin, y cubriendo una distancia de más de mil kilómetros. Aquel genio extraordinario
que se llamó Leonardo da Vinci proyectó las seis represas del canal que desde 1487 une el
Mediterráneo con Holanda. Pero la obra más antigua de este género que sigue en pie es el canal
de Foss Dyke, en Inglaterra, construido por los romanos, y que va desde Lincoln a Torksey-on-
Trent.
Si los ríos dejaron de ser un obstáculo para que los hombres se conocieran y se comunicaran
entre sí, y pasaron, por el contrario, a ser uno de los más eficaces medios de relación, otro tanto
ocurrió a los mares que cubren la mayor parte de la superficie planetaria. Ya dijimos que 7.000
años antes de nuestra Era los buques transitaban libremente por el Mediterráneo y el hombre
audaz y aventurero de las caravanas terrestres sentía un impulso de mayor atracción, que lo
llevaba a regiones desconocidas y a mundos de ensueño. El golfo Pérsico y las costas del océano
Indico fueron desde tiempos remotos camino de embarcaciones de gran porte que se
arriesgaban hasta los mares de Oriente y se asomaban al Pacífico. Las costas atlánticas ibéricas y
las de Francia y los Países Bajos sostenían comercio con las Islas Británicas muchos siglos antes
que los romanos sometieran al Imperio aquellas tierras lejanas. Las costas de Africa hasta la
línea del ecuador eran también visitadas por los europeos, que siempre se arriesgaron por lo
ignoto, más allá de los límites de su seguridad. Aunque la Historia no sea una ciencia agotada y
se sepa relativamente poco de otras civilizaciones, el hecho de que fuesen los europeos los que
visitasen a los africanos, a los indios o a los chinos es una indicación muy clara de que eran
aquéllos y no éstos los que se hallaban en posesión de los conocimientos geográficos y de los
medios de transporte superiores, a la par que de un dominio de las ciencias y las artes que les
permitía una industria más desarrollada y un espíritu de expansión no igualado por ningún otro
grupo humano. Hasta que los españoles llegaron a América, los aztecas mexicanos y los incas
peruanos, a pesar de sus civilizaciones florecientes, no tenían noticia de su mutua existencia,
prueba de que su sistema de comunicaciones y relaciones era muy elemental y de un radio muy
reducido. Prueba, también, de la eficacia del camino, es que los europeos, con su insaciable
curiosidad, enriquecían sus países con los adelantos y aportes de otras culturas, y podían
contrastar, seleccionar y adoptar todo cuanto encontraban de útil o mejor en regiones cuyos
habitantes carecían de medios de comunicación para devolverles la visita.
El descubrimiento de América cambió la faz de las cosas, confirmó la esfericidad del planeta y
trastornó por completo el concepto del camino, dotándolo de dimensiones universales. Ya no
era cosa de comunicar entre sí a los hombres de regiones vecinas o de arriesgarse eventualmente
en el misterio de lo desconocido, sino de poseer la tierra entera, relacionar unos continentes con
otros y establecer comunicaciones firmes y constantes entre todos los habitantes del planeta. Y el
sentimiento utilitario y expansivo de los europeos pudo mucho más que el espíritu dominador y
catequístico castellano, comenzando una lucha mucho más dura y decisiva por la posesión y
frecuentación de los caminos que por la posesión y explotación de las tierras. La lucha se
resolvería a favor de los que estuviesen o se colocasen en condiciones de salvar distancias, y
como las distancias eran marítimas, la victoria definitiva sería de los países industriales,
mercaderes y navegantes. España perdió su imperio, casi en su totalidad ultramarino, porque
fue vencida en el mar y porque no supo apreciar el valor de los caminos como factor económico
vital, no sólo para una nación, sino para el mundo entero.