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GEOGRAFIA ECONOMICA - Los caminos del mundo
LA NAVEGACION
Los océanos, y en particular el Atlántico, pasaban a ser los grandes caminos del mundo. Las
carabelas eran de más valor que el oro o la plata que transportaban. Con ellas, los españoles, los
portugueses y los italianos habían abierto las líneas
itinerarias universales, mientras los
astilleros holandeses e ingleses fabricaban carabelas para hacer con ellas las rutas del comercio y
de la expansión industrial. Los mares se poblaron de navíos de todas las banderas y se
organizaron poderosos monopolios para la explotación del comercio marítimo, que los reyes
autorizaban y protegían para nutrir sus arcas. Al mismo tiempo, como en las antiguas rutas
terrestres, y como en los antiguos mares mediterráneos, se organizaba la piratería, algunas veces
con el auspicio de los mismos soberanos.
Todos los océanos, y en particular el Atlántico, se vieron concurridos, y la profesión de
navegante llegó a ser una de las más lucrativas. Los vientos alisios que convergen en la línea
ecuatorial eran los auxiliares de los buques de vela, a tal punto que se les denominó vientos
comerciales, los trade winds, como los ingleses les llaman. Sus direcciones constantes, de N. E. a
S. O. en el hemisferio norte, y de S. E. a N. O. en el hemisferio sur, favorecían
extraordinariamente a los fatídicos "triángulos de comercio" iniciados por Sir John Hawkins en
el siglo XVI. Estos famosos "triángulos" consistían en líneas constantes de buques que partían de
las costas occidentales de Africa, repletos de negros esclavos, en dirección a las tierras tropicales
de América, llamadas Indias Occidentales: allí descargaban la mísera carne humana y cargaban
los productos del trabajo esclavo —el algodón, el tabaco, las melazas, el cacao—para llevarlos a
Bristol, donde se distribuían, y donde cargaban tejidos, ron y algunas bagatelas para con ellas
volver a las costas africanas a comprar nuevos esclavos y repetir el viaje circunvalatorio.
El progreso industrial terminó con aquella iniquidad, y, con la independencia de América y la
libertad de los mares, los vastos océanos se prepararon para recibir el portento del buque
propulsado por las hélices y animado con calderas de vapor. Con los nuevos inventos, los
navíos crecían en volumen y velocidad. Sus servicios se hacían rápidos y regulares y se
combinaban con los de los ferrocarriles, que en los mismos muelles recibían su carga o se la
entregaban por el procedimiento mecánico de las grúas. Así, el siglo 'cut, que fue el siglo del
vapor y del carbón, pudo contemplar cómo los mares se cubrían de embarcaciones, cómo las
mercancías iban de un sitio a otro, y cómo las gentes se trasladaban de uno a otro continente con
una facilidad, con una libertad de movimientos y con un trasiego tan enorme de personas y
mercaderías como nunca antes se viera, y como desde 1914 no se ha vuelto a ver.
Fue aquélla la época de la libertad de comercio, no completa, pero lo más extensa que se ha
conocido. Con ella, el mundo entero pudo demostrar el alto valor de los mares como rutas
comerciales, como medio de relación entre los hombres y como caminos del mundo. En esa
época, pues, Fernando de Lesseps concibió y realizó la importante obra del canal de Suez, que
puso en comunicación el Mediterráneo con el mar Rojo y acortó enormemente las distancias
entre Oriente y Occidente; fue también entonces que el mismo sabio francés concibió el Canal de
Panamá, obra terminada en 1920, con la cual se modificó sensiblemente la trayectoria de las
grandes rutas marítimas americanas, uniendo el Atlántico con el Pacífico y acortando todas las
distancias marítimas del mundo. Y fue también entonces cuando las poblaciones de todos los
continentes se multiplicaron con rapidez, notaron una relativa abundancia universal, y la
marcha del progreso les permitía concebir esperanzas de un mundo mejor. Así, los océanos, que
fueran el germen de la vida planetaria, confirmaban de nuevo su fecundidad al convertirse en el
eje económico del mundo.