PSICOLOGIA - Salud y enfermedad mental
De nada sirve la riqueza, la fama, el poder o el prestigio, así como la existencia de una perfecta
salud corporal, si quien tiene esos bienes sufre una alteración de su equilibrio mental. El
hombre no es, en efecto, feliz o infeliz por la forma como vive sino por el modo como se siente
vivir. Aun cuando parezca una perogrullada, hay que afirmar que no es la realidad exterior
sino nuestro íntimo juicio acerca de ella lo que en definitiva cuenta para hacernos vivir bien o
mal. Así, es posible que un sujeto físicamente sano, querido por todos, rico, inteligente y
poderoso, decida suicidarse y lo haga por el simple hecho de no tener salud mental, es decir,
por atravesar una época de melancolía. En cambio, otro sujeto anémico o tuberculoso, pobre
como una rata, abandonado o perseguido, lucha y vive con alegría si conserva su equilibrio
mental y tiene fe en su porvenir o en el de sus ideas u obras.
Por ello, no es exagerado decir que la salud mental, la serenidad y la tranquilidad de
conciencia son nuestro mayor tesoro individual y a conservarlo hemos de dedicar nuestros
mayores y mejores esfuerzos. Pero la línea que separa lo normal y lo anormal en el terreno
psicológico es sumamente difícil de reconocer. La salud y enfermedad físicas se suceden sin
bruscos tránsitos; la salud y la enfermedad o el desequilibrio mental pueden alternarse o
coexistir en el mismo individuo, dando lugar a lo que los antiguos llamaban "monomanías" o
"locuras parciales". Por algo se ha dicho que todos tenemos algo de loco. Dentro, empero, de
las desviaciones de creencias, sentimientos o conductas hay algunas que merecen destacarse y
corregirse porque no solamente hacen sufrir a quienes la padecen sino que hacen sufrir a
quienes rodean a sus autores y, además, son motivo de retroceso en la marcha del progreso y
el bienestar colectivos. Por ello el psicólogo no ha de preocuparse excesivamente por el hecho
de que la mayoría de las personas adultas tengan los llamados "vicios menores" (fumar, beber
líquidos tóxicos, etc.), mas tiene el deber de prevenir contra el desarrollo, a veces insidioso, de
otros desequilibrios mentales que casi siempre reposan en errores de juicio o de orientación
vital. Los gobiernos y las organizaciones públicas dedican cada día mayor atención a la tarea
de asistencia y prevención de las alteraciones mentales, individuales y colectivas, de suerte
que hoy el cuidado del patrimonio psíquico, es decir, la defensa de la salud mental, es una
obra de primordial importancia, a la que no solamente contribuyen los médicos especializados
sino todas cuantas personas (jueces, educadores, sociólogos, políticos, etc.) se ocupan de
asegurar el bienestar humano.
Un ejemplo de cómo resulta difícil juzgar la línea de separación entre la conducta normal y la
anormal lo hallamos en las prácticas "espiritistas", a las que de buena fe se someten miles de
personas que pasan por ser normales fuera de ellas. (Véase la fotografía tomada durante una
sesión espiritista. ¿Qué lector es capaz de afirmar si las actitudes de los concurrentes son
"normales" o "anormales", teniendo en cuenta las circunstancias?)