PSICOLOGIA - Etapas principales de la formación del Yo
EL TERCER AÑO DE LA VIDA INFANTIL
En posesión de un lenguaje oral rápidamente creciendo en riqueza y claridad de matices; con
una actividad representativa cada vez más íntima; capaz de dominar fácilmente ya los
problemas básicos de movimiento y de acción sobre el mundo inanimado, el niño de tres años
propende ahora a organizar su incipiente y autóctono "mundo exterior". Por ello ya no
necesita hallarse ante obstáculos ni situaciones de emergencia para poner en marcha su
pensamiento. Este trabaja casi de continuo, estableciendo relaciones y vínculos, no ya entre
objetos y sucesos del ambiente exterior sino entre elementos de su vida representativa. Pero en
esta edad falta al niño la base para diferenciar debidamente las realidades física y mental o,
mejor, para distinguir lo que "es" y lo que es "imaginado". Entre sus imágenes sensoriales y
sus imágenes fantásticas entre lo que ve y lo que sueña existen numerosos puntos de
contacto y por ello también los tiene entre su Yo y su No-Yo. Solamente en la medida en que,
en años sucesivos, sustituya el pensamiento mágico y alilógico por el pensamiento lógico-
causal, podrá limitar bien ambas zonas de su individualidad.
A los tres años, en efecto, el niño piensa de acuerdo con los dos principios fundamentales de
la magia: a) identidad de las semejanzas; b) interpenetrabilidad de las esencias. De acuerdo
con el primer principio basta que algo se parezca a algo para que tenga iguales propiedades y
efectos que este algo. Es así como una parte puede sustituir al todo y la forma puede
reemplazar al fondo: si el niño se pone el sombrero o toma el bastón de su padre, es por el
mero hecho de tenerlo su padre y adquiere sus mismos poderes... En cuanto al segundo
principio, obedece a la formación de reflejos condicionales representativos, en virtud de los
cuales basta la proximidad temporoespacial de una impresión y de un recuerdo para que
puedan sustituirse en la determinación de la respuesta. La creencia en estos dos principios
hace al niño de tres años un ser sumamente rígido, conservador de sus hábitos y, por así
decirlo, tradicionalista (ha de comer siempre en el mismo sitio, con la misma cuchara y en la
misma postura, por ejemplo), pero, a la vez, le predispone a desembarazarse "en bloque" de
tales o cuales hábitos si, por azar, falla alguno de los elementos configuracionales que
desencadenan su ejecución (así, por ejemplo, sería incapaz de recordar un rezo o una frase si
no se le sitúa en la misma constelación ambiental en que hizo su aprendizaje).